Las Palomas de Botero: Testigos de la violencia y la esperanza en Medellín
Medellín, una vez considerada la ciudad más violenta del mundo durante las décadas de los 80 y 90, ha experimentado una notable transformación en los últimos 30 años. Durante ese oscuro período, cerca de 20 personas perdían la vida a diario debido a la violencia. Sin embargo, hoy en día, más allá de la memoria de quienes perdieron a sus seres queridos, pocos vestigios quedan de aquellos días de terror.
Dos esculturas de Fernando Botero, el destacado artista colombiano del siglo XX, fallecido el pasado viernes; representan de manera única esa época en la historia de Medellín. Estas dos obras, ubicadas en el centro de la ciudad, son dos palomas: una destrozada por una bomba de 10 kilos de dinamita que mató a 23 personas en 1995, y la otra, intacta, apenas afectada por el paso del tiempo.
Estas palomas, nombradas por el maestro Botero como «El pájaro herido» y «La paloma de la paz», se han convertido en un símbolo de la violencia que asoló Medellín, representada por la paloma destrozada, así como de la esperanza de vivir en una ciudad segura y pacífica, que simboliza la paloma ilesa.
Sin embargo, estas esculturas no solo representan el conflicto y la resiliencia de la ciudad, sino también, en palabras de Botero, la «imbecilidad y la criminalidad» que afectaron a Colombia en ese momento.
La historia detrás de estas esculturas se remonta a principios de la década de 1990, cuando los gobernantes locales acordaron crear el Parque San Antonio en el centro de Medellín como un espacio público de encuentro. Fue en ese momento que Fernando Botero, hijo predilecto de la ciudad, donó la escultura «El pájaro» y otras dos obras al espacio público.
Estas esculturas causaron sensación y convirtieron la Plaza de San Antonio en un lugar de encuentro y eventos culturales. Sin embargo, el 10 de junio de 1995, un atentado terrorista estalló 10 kilos de dinamita, destruyendo la escultura de «El pájaro» y cobrando la vida de 23 personas, además de dejar a cientos heridos.
El artista se enteró de la destrucción de su obra mientras se encontraba en una estación de servicio en Italia. Inicialmente, planeó reemplazar la escultura, pero cambió de opinión cuando grupos subversivos colombianos se responsabilizaron del ataque, alegando que la obra simbolizaba la «exageración opresora y burguesa».
En respuesta, Botero anunció que no reemplazaría la escultura y la dejaría como un recordatorio de la «imbecilidad y la criminalidad» de Colombia. Argumentó que el ataque no fue solo contra la escultura, sino un acto de violencia en medio de un evento cultural.
Las palomas de Botero en Medellín se mantienen como un testimonio artístico y conmovedor de los desafíos superados por la ciudad, así como un recordatorio de la necesidad de construir un futuro de paz y esperanza.
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