México no se rajó
Desde mucho antes de las elecciones, ya se sabía que la gran favorita para suceder a Andrés Manuel López Obrador era su copartidaria Claudia Sheinbaum. Y se cumplió. Con una victoria aplastante de más de treinta puntos porcentuales sobre su contendora de la derecha, Claudia será la primera mujer en ocupar el cargo de presidenta en el País Azteca.
La reacción de la derecha no pudo ser más patética, pasó de la autoproclamación de Xóchitl Gálvez como ganadora, luego dudó de los resultados y de la incredulidad al comienzo pasó al reconocimiento de la victoria de su oponente y en un discurso enrabonado como decimos en Colombia, aceptó su derrota y anunció en tono amenazante que la presidenta no la va a tener fácil como tampoco la tuvo AMLO durante los seis años que dura su gobierno.
Pero los hechos son tozudos decía Lenin. La base de la pirámide social sintió que por fin un gobierno se ocupaba de ellos, de los excluidos de siempre y los resultados en materia social alcanzaron a tocar prácticamente a toda ese sector que ve en el Tren Maya, en el Tren Interoceánico de Tehuantepec, en las ayudas sociales, en la reforma laboral que eliminó la subcontratación, en el salario mínimo que se duplicó en términos nominales y en reales se incrementó en 62%, en la atención a los pueblos indígenas más pobres, en fin, en una política económica seria y responsable, con una inversión considerable, que los recursos rinden cuando se salvaguardan del raterismo que por allá también se da silvestre.
Pero no sólo ganó Claudia Sheinbaum como presidenta, sino que el Movimiento de Regeneración Nacional Morena, podría llegar a gobernar 25 de los 32 estados que integran ese gran país. Además, contará con unas cómodas mayorías en las dos cámaras del parlamento lo que significa que si ha habido un momento histórico para adelantar las reformas a las que la derecha se opone siempre, este es el momento para consolidar el poder popular.
Además, servirá para sacar al país de ese anquilosamiento en el que la derecha encierra a los pueblos, porque se enconcha al interior con una élite minúscula que no soporta ver más allá de sus narices, como si el mundo se acabara en la puerta de sus palacios y mansiones. Ahora México se podrá presentar como una democracia pujante y la derecha no tendrá opción diferente a adaptarse a las nuevas condiciones, respetando las reglas del juego democrático, aceptando la derrota y la alternancia del poder. Con seguridad veremos en el corto plazo un país pujante, porque si el poder de compra se les da a los consumidores, esa economía arranca por el llamado efecto multiplicador. Eso es lo que dice la teoría y el simple sentido común: un buen gobierno les sirve a todos a diferencia de los gobiernos que se empecinan en defender los privilegios de unos pocos.
Colombia tiene ante sí un gran espejo y ojalá los dirigentes de la izquierda entiendan que no basta ser un buen gobernante si no se tiene un partido fuerte que luche por los derechos de las mayorías. Gustavo Petro es sin duda un gran presidente, pero tiene todas las características de un gran caudillo cuyo legado llega hasta cuando terminan sus días como gobernante. A diferencia de México Petro no tiene un segundo a bordo que lo remplace, no ha formado un sucesor que es lo que sí tiene Morena. Un partido fuerte tiene que invertir en la formación de cuadros. Pero la derecha afuera de México no se va aquedar quieta y buscará por todos los medios impedir que las reformas lleguen a buen puerto porque el efecto demostración servirá como aliciente para que los pueblos reproduzcan la experiencia mexicana, lo cual sería para ellos catastrófico. Hay que estar con los ojos muy abiertos.
Manuel Álvaro Ramírez R.
Magíster en Economía
Universidad de los Andes