EL «CUMPLE» DEL PAPEL HIGIÉNICO
Se sabe de celebraciones, festejos, aniversarios y jolgorios por todo. Las fechas y ocasiones especiales ameritan reuniones de integración, alegría, comidas exquisitas; acostumbramos buscar pretextos para celebrar y dar rienda suelta a nuestros júbilos con traguito, buena música y rumba.
De nuestros ancestros heredamos los paliativos a las tristezas que no faltan.
En pueblos y veredas tienen sus festividades tradicionales y motivos de solaz, libando los agrios sorbos de maíz, la amarga embotellada, el aguardiente por mi garganta, el ron, el vino y el amarillito.
Sin embargo, a veces falla la memoria y brilla la ingratitud hacia un aliado mudo e incondicional de nuestro devenir cotidiano; me refiero al hogareño papel higiénico que por estos días está de aniversario y por lo que se ve parece que injustamente nadie celebrará.
Ciertamente el Papel Higiénico está cumpliendo su primer centenario de aparición en el mundo civilizado de occidente. Aunque, a decir verdad, el revolucionario invento que agradecieron en principio los europeos, llegó tarde a Colombia.
En su homenaje haré una breve aproximación a la evolución del aseo posterior por estos lares del Sagrado Corazón.
Antes de 1970, casa que se respetara contaba con un solar y en éste, allá en el último rincón, se destinaba un pedazo para las urgencias digestivas del cristiano. En el entorno del excusado había arbustos que arropaban el pudor y abundantes hojas de romaza cuyas anchas hojas se ofrecían solícitas para el menester del usuario.
De unos travesaños de delgada cañabrava pendían unas máscaras y garrotes de uso obligatorio; la careta era para ocultar el rostro y los palos para espantar los marranos.
Pasado el tiempo sucede el primer hito que deslumbró a todos: aparecen las letrinas, que consistían en una especie de kioscos prefabricados con delgadas paredes, un piso de cemento en cuyo centro había un hueco sobre el cual se instalaba un pequeño, áspero y lacerante cilindro de hormigón que lastimaba los glúteos, agravando el martirio en los eventos de diarrea; tapábase este tubo con una tabla rústica que atenuaba los aromas emanados del pozo séptico.
De un ganchito de alambre pendían muy bien recortados y a la mano unos pequeños cuadrados del periódico El Campesino y otros diarios liberales y conservadores de la época con las páginas sociales y políticas, que terminaban usándose para la limpieza del delicado asterisco de evacuación humana. Estos papelillos servían además y mientras sentados, para ejercitar la lectura, ya que para entonces el Ministerio de Educación adelantaba campañas de alfabetización masiva con el propósito de que se leyera por los acostumbrados ojos, por los otros ojos sin ojos o por donde fuera.
Evoluciona todo y ¡oh gloria inmarcesible! Ingresan al país las tazas, lavamanos y orinales de fino y limpio pedernal, siendo todo un acontecimiento.
Dadas las circunstancias sobrevinientes de la modernidad, correspondió al gobierno de turno crear el Instituto de Fomento Municipal, Insfopal, para proveer acueductos y alcantarillados en poblados y ciudades, iniciándose así la desventura de convertir los ríos colindantes en cloacas viajeras cargando a raudales las fétidas espesuras de los urbícolas; una víctima cercana fue nuestro río Chicamocha, que hoy a su paso por el corredor industrial es una oda a la pestilencia.
Y con los retretes nos llega con todo su encanto la maravilla de la que hacía medio siglo disfrutaban las naciones del primer mundo; un invento solo comparable, digo yo, con la penicilina de Fleming, la imprenta de Gutenberg, el motor de Ford y qué se yo.
De manera que en los inmensos radios de tubos catódicos y los populares transistores que se estrenaban, se escuchaba… Señoras y Señores, amos y servidumbre, niñas, niños, jóvenes y mayores del país de la chicha y el tejo: les presentamos lo que nunca imaginaron conocer; con Ustedes… ¡el Papel Higiénico! Llegó para quedarse con su suave textura, de distintos colores y sabores, de fácil digestión para los wateres, de descomplicada manipulación ya que no deja manchas de tinta en los dedos; además, el bienvenido papel ha traído consigo el jabón de tierra en bolas… Mejor dicho ¿qué más se podía pedir?
Atrás quedaron los solares, las hojas de romaza, las asperezas y laceraciones por los cilindros de las letrinas, los recortes de prensa de la política y su poco feliz destino.
Con este adelanto del ingenio humano también se había superado la pretérita y remota época de los bisabuelos que se aseaban allá con lo que literalmente tuvieran a la mano, como su misma mano.
La República de Colombia había entrado por fin a la esquiva civilización con el uso del PH.
Hoy, en pleno siglo XXI, la gente ya no se sienta a leer en las letrinas, sino que, dadas las circunstancias de tiempo, espacio y el vértigo del trabajo a presión, incluso los ejecutivos y funcionarios de los niveles más altos del gobierno y del Congreso, cómodamente sentados frente al computador y sin tener que desplazarse, despachan por Internet y por la taza.
Merecido Feliz Cumpleaños al Papel Higiénico, al retrete y al perfumado jabón de baño del Tercer Milenio.
Por Lizardo Figueroa