Opinion

MIENTRAS MÁS CONOZCO A LOS HOMBRES…

Por Rafael Antonio Mejía Afanador

Las ternuritas de la foto son en su orden, desde la izquierda: Toby, el señor de la casa, Perla, perrita criolla y Molly, una golden retriever. 

Molly fue la primera en llegar, en 2019. La trajo adoptada mi hija, de Tunja, donde le daban un trato que, dada su apariencia de entonces, no era el mejor. Estaba desnutrida, se le notaban sus costillas y era extremadamente asustadiza y tímida. Era: ahora es un animalote intimidante pero noble.

Un día mi hija salió con el cuento de que Molly permanecía sin la compañía de congéneres, que pobrecita y que etcétera, etcétera, así que decidimos adoptarle una hermanita: Perla, nacida en el Pantano de Vargas; por una página de Facebook la estaban ofreciendo en adopción pues la dueña, al verse de un día para otro con seis integrantes más en la familia, estaba desesperada por encontrarles un refugio temporal o permanente. 

Así que un sábado de septiembre de 2022 nos fuimos hasta la finca a conocer a Perla. Mi esposa no estaba muy a gusto con la decisión de encargarnos de la perrita, pero no fue sino alzarla por un instante para quedar flechada. La decisión fue inmediata: la llevamos. A pesar de que la dueña de los perritos nos dijo que era “la más jodida”, la escogimos porque se parecía mucho a Molly, tanto que algunos creían que era su hija. Le dejamos para un mes de alimento para que pudiera compartir más tiempo con su mamita, Linda, ya que probablemente nunca la volvería a ver. Según algunos indicios, Perla es la única sobreviviente de la camada. 

El último en llegar fue “el señor de la casa”, Toby, un border collie tricolor que arranca suspiros. Es el único sogamoseño del combo y tiene un carácter dulce y juguetón. Al señor, como buen boyacense, no le gusta permanecer dentro de la casa y a la menor oportunidad se escapa para llegar embarrado a volver naco el piso. Los tres suplican al mismo tiempo cuando a algún salvaje le da por pensar que la pólvora es graciosa e inofensiva.

Esas tres criaturas son parte de la alegría de la casa. Creo que en el 99.9% de los hogares es igual. Niños en otro cuerpo, dicen los que saben. Son seres que no discriminan, no juzgan y no odian. Son compañía, seguridad, apoyo emocional y, sobre todo, son muy leales. Me atrevería a decir que leales en extremo, en exceso. 

Si alguien no me cree y quiere llorar a moco tendido no es sino que busque la película Siempre a tu lado, con Richard Gere, que cuenta la historia real de Hachikō, un perro Akita cuyo dueño Hidesaburō Ueno era profesor de la Universidad de Tokio, en 1925. Hachikō lo acompañaba todas las mañanas a tomar el tren y en la tarde, a las 3:00, el perrito volvía a la estación a esperarlo. El profesor falleció repentinamente y Hachikō regresó todas, absolutamente todas las tardes a esperarlo durante casi diez años sin faltar un sólo día, con lluvia, calor o nieve. Los trabajadores, conmovidos con el perrito, lo cuidaron y lo alimentaron durante todo ese tiempo. Finalmente, el 8 de marzo de 1935, Hachikō fue encontrado muerto frente a la estación de Shibuya, en el mismo lugar donde había esperado a su amo durante casi una década. Si eso no es ser fiel, leal, entonces no sé lo que es.

Por eso es inexplicable cómo algunos seres humanos olvidan un valor tan importante como la lealtad. En palabras que diría mi profesor de psicología en la UPTC, ‘Jesucristo’ Camacho, “me metí a psiquiatra sin serlo”, me atrevería a afirmar que uno puede abandonar una relación, una amistad… se puede perder el amor, el cariño, la confianza, pero no la lealtad. Si en algún momento un amigo, una pareja me confió algo delicado, una vez terminada la relación –termine como termine–  la lealtad es un principio que debe conservarse. Creo que es un hermoso homenaje al ideal que se tuvo cuando comenzó la relación.

El ex canciller Álvaro Leyva por causas que sólo él debe conocer, traicionó de la forma más baja, vil y rastrera al presidente. Allanó el camino para su complot, inundando el país con sus venenosas misivas, dirigidas a él, pero divulgadas por todos los medios que pudo, para difamar y para escupir engendros como una supuesta adicción a las drogas y al alcohol. 

Le conviene a este señor conservador tradicional y aristócrata observar bien el octavo mandamiento: no mentirás. Parece que va a misa únicamente a hacer sonar el tarro de las monedas, dar solapado abracito de la paz, padrenuestro con ojitos volteados y comulgada incluida. 

Esta incómoda situación le puede pasar a cualquiera. La deslealtad golpea duro, es de las situaciones más asquerosas y decepcionantes que puede sufrir un ser humano. Por algo decía Jacques Salomé, que en el divorcio se descubre realmente al cónyuge y en el sepelio de los padres, a los hermanos. 

Si alguna vez uno fue amigo de una persona con esta clase de adicciones y problemas, la mejor manera de encararlo sería quedarse callado (en todos los idiomas) o sí se habla, que se haga directamente al aludido. Divulgarlo a los cuatro vientos, con saña y veneno es, precisamente, ser desleal. Y si una persona es desleal con quien le dio la mano, con quien lo apreció y valoró, calculen cómo será con el que no. En ese señor no vuelve a confiar ni el espejo, porque la lealtad no es solo un valor hacia los demás, sino también hacia uno mismo. 

A veces, algunas personas, como el ex apreciado ex canciller, son desleales porque no han aprendido a ser fieles a sus propios principios. Y eso las lleva a actuar de forma que lastima a otros… y a sí mismas. 

Si Diógenes de Sinope saliera hoy con su lámpara, no se encontraría por ahí a Leyva Durán. 

Pregunta chimba: ¿Será que el señor Leyva se las quería tirar de perro y le salió el tiro por la culata? 
Pregunta chimba 2: ¿Usted cree que algunos senadores gringos (inmigrantes vergonzantes o hijos de inmigrantes) son desleales con sus compatriotas deportados? ¿Es hipocresía o pragmatismo político?

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