¿Cafre, insornia o bacán?
Por: Rafael Antonio Mejía Afanador
“Antes de hablar quiero decir unas palabras”, decía un imitador de don Pedro Vargas, el tenor de las Américas. Entonces, es mi sagrado deber aclarar las dudas semánticas de esos terminachos para sintonizarnos en el mismo idioma.
Cafre, en Colombia, es ese personaje que no tiene consideración por los demás; cree que él existe solito en este planeta y eso le da derecho a saltarse la fila, a poner su música a toda mecha a las dos de la mañana, a botar su basura en cualquier parte o manejar su vehículo como si estuviera en una feria de carros chocones. No sobra decir que el cafre, en lugar de ofrecer disculpas por su comportamiento, se pone energúmeno y uno le sale a deber. Razón tenía el maestro Darío Echandía.
Insornia, en Santander y Boyacá, es esa persona desganada, entelerida, que hace las cosas casi en piloto automático y no se inmuta por absolutamente nada. Hacer las cosas bien o de manera chambona le da igual. La pereza es la madre de todos los vicios, pero madre es madre. Ante un reclamo, la insornia ni siquiera se da cuenta de qué fue lo que hizo. No tiene la culpa de su comportamiento: es toda una insornia.
El bacán es aquella persona descomplicada que no le pone tiza ni problemas a nada. Cede el paso, si puede ayudar a alguien lo hace y generalmente es empático, asertivo y de carácter alegre y relajado.
Sin pretender ser sicólogo social, y con base en la simple observación de los ejemplares que deambulan a diario por nuestras maltrechas calles, estos son tres grandes grupos a los cuales podría pertenecer una persona según sus habilidades sociales. Hay que hacer la salvedad de que cualquiera de estas categorías tiene, como en los estratos, un nivel bajo, uno medio y otro alto, en algunos casos muy alto. Dependiendo del momento y del contexto a algunos se nos puede salir cualquiera de los tres en todas sus graduaciones. No se preocupen: se da hasta en las mejores familias.
Pero hay un contexto muy particular en el cual se pueden observar todos estos comportamientos, que van desde la más absoluta delicadeza hasta la más ramplona patanería: cuando se va al volante. Me refería alguna vez mi amigo José Manuel Medina Cortés el siguiente diálogo vial: “Yo llevo la vía. –Sí, pero yo llevo la volqueta”. Por eso les propongo que ustedes mismos clasifiquen a sus congéneres y obviamente, también se auto clasifiquen. Vamos pues:
¿Cede el paso a los peatones y ciclistas en la intersección de una calle?
¿En su moto o bicicleta, en carretera, adelanta vehículos por la derecha?
¿Alguna vez ha pensado que ese ciclista imprudente podría ser su hijo, hermano o pariente?
¿En un semáforo, se sitúa en el carril derecho para hacer el giro hacia la izquierda?
¿Pone las direccionales para indicar un giro a la izquierda, pero lo hace a la derecha?
¿Cuando al semáforo le faltan tres segundos para pasar a verde, comienza a pitar como si estuviera vendiendo tamales?
¿Habla con el celular frente a su cara, o peor, en la oreja, a pesar de que su vehículo tiene tecnología bluetooth?
Cuando otro vehículo lo alcanza, ¿cede al paso? o empieza a competir para ver cuál tiene más potencia (obvio, en el motor).
Si tiene que hacer una pequeña diligencia, digamos por la calle séptima de Sogamoso, se estaciona debajo del semáforo a gozar con el trancón que acaba de armar.
Dejando de lado el burlesque y consultados dos agentes de tránsito (uno verde y uno azul) y el canal de José Clopatofsky y el mexicano Velocidad total, dos de las conductas que más exacerban los ánimos y que van desde el simple insulto verbal hasta una verdadera tragedia son: bloquear el paso innecesariamente a los demás usuarios viales y pitar, de manera exagerada al conductor que va adelante. Este tipo de conductas pueden desencadenar una ira momentánea en un conductor que se haya levantado con el pie contrario, con desenlaces, algunas veces fatales.
Hay una película de Rusell Crowe llamada Salvaje, furia en la carretera, donde podemos observar hasta qué punto puede aflorar ese Míster Hyde que llevamos reprimido y nos hace cometer cualquier estupidez. Decía Sun-Tzu, autor de El arte de la guerra: debemos escoger muy bien nuestras batallas porque no las podemos librar todas. Y hay batallas que valen la pena, hay batallas que son inútiles y hay batallas en las que sabemos que es mejor no meternos. Escoge tus batallas.