COSAS DEL DEMONIO
Tenía razón García Márquez cuando en su novela Del amor y otros demonios nos presentaba un contexto histórico lleno hasta el borde de prejuicios, superchería y rumorología elevados a tal potencia que aún no hemos podido salir de ese lodo. Para rematar, si adornamos el cuento con ignorancia, mucha ignorancia, tendremos una sociedad como la de la época de la inquisición, que, a decir verdad, no es mucho lo que ha cambiado.
Los humanos somos expertos en sacar conclusiones por adelantado, sin información o con información precaria y sin contrastar y de remate le paramos más bolas a lo malo que a lo bueno. No se preocupen, pasa hasta en las mejores familias.
Si los extraterrestres nos estuvieran analizando se juagarían de la risa de ver cómo le hicieron la guerra a Gutenberg por crear esa máquina diabólica llamada imprenta, que servía para difundir rápidamente ideas contrarias a la santa madre iglesia. Y eso que en ese tiempo no existían ni Vickys Dávilas ni Nestícores Morales.
Así mismo sucedió con otros inventos del demonio como el teléfono, el cine, y la electricidad. Lo más risible eran los argumentos: A Benjamín Franklin casi lo cuelgan de donde sabemos porque inventó el pararrayos, aparato maldito que servía para mamarle gallo a los rayos, nada menos la ira de Dios.
El maléfico Internet llegó para quedarse… y por mucho tiempo. A velocidades endemoniadas, la red, para bien o para mal está cambiando nuestra anterior forma de vida. Ahora todo se hace desde la red: desde una sencilla tarea escolar hasta un elegantísimo atraco. Quienes han utilizado sus tales Daviplatas, tarjetas de crédito y demás endiabladas sofisticaciones entenderán de qué estoy hablando.
La inteligencia artificial (I.A.) irrumpió en nuestras ‘vidas web’ de una manera inusitada. Ahora, los jueces fallan con ayuda de la inteligencia artificial; los estudiantes hacen ensayos sin leer un párrafo, ayudados por inteligencia artificial; un chef diseña recetas apoyado también por el artilugio. Ah, y si se las quiere dar de artista, también la inteligencia artificial le hará unas ilustraciones de exposición.
Como toda herramienta, la I. A. es sólo eso: una herramienta. Como una calculadora, un procesador de texto o una lavadora. Pero si el medio lo convertimos en fin… poseemos problemas. Esa I.A. es una excelente ayuda a la hora de investigar minucias, fechas, datos y demás nimiedades. Saber la fecha del descubrimiento de América, no lo hace a uno todo un Carl Langebaek, pero no saberlo tampoco lo convierte en María Fernanda Cabal.
No es mi deseo aguar la fiesta, pero déjenme contarles que la creatividad, las emociones, lo humano no tendrán cabida en este rollo. Dejar que una máquina piense por uno, es sencillamente deshumanizante. Con este embeleco, un muchacho no necesita sentir algo por la chica: simplemente la I.A. hace un poemita a la medida sin que el beneficiario sienta ni un mal pensamiento por la susodicha y asunto finiquitado
Esa conexión única entre mano y cerebro, con todo y errores, hace que el humano desarrolle mejor su cerebro, su coordinación motora, memoria y aprendizaje, y, obviamente, su creatividad, expresión personal e inteligencia emocional. Sin embargo, existen, aunque usted no lo crea, personajes que creen que lo manuscrito es arcaico, desueto, tonto e inútil, ¿qué tal? Ahora, si esa conexión desaparece, se pierden con ella memoria, capacidad de aprendizaje, coordinación motora, capacidad de dudar (casi nada, el pensamiento crítico) y nos convertiremos en unos soberanos tontos, manipulables, consumistas, sin asertividad y sin esencia humana. Reitero, si tomamos la I. A. como fin y no como medio.
De todas maneras, ¿Se dejaría usted operar de la próstata por un cirujano que aprendió todo con la I.A.? ¿Se dejaría defender de un abogado que aprendió filosofía del derecho presentando ensayos hechos con la I.A.? ¿Se le subiría a un avión sabiendo que es pilotado por una criatura humana entrenada con I. A.? ¿Le creería a su amor eterno todo lo que le dice si sabe que lo hace totalmente con I. A.? Yo tampoco.
Mi amigo Mario siempre decía para referirse a las fatalidades del destino, “son cosas de mi Dios”, yo digo a propósito de la I.A, “son cosas del demonio.”
Por: Rafael Mejía