Es el sistema, estúpidos
Juan Fernando Cristo en su columna del pasado 15 de mayo en cambiocolombia.com reflexiona sobre la persistente indignación en Colombia frente a la corrupción, que se ha convertido en un ciclo repetitivo; los diversos escándalos de corrupción pasados y recientes, junto con la falta de acciones concretas para abordar el problema de manera efectiva; la falta de soluciones estructurales y la ineficacia del sistema político, con partidos que priorizan intereses sobre ideas y campañas financiadas de manera irregular; concluye que sin reformas serias en el sistema político y un enfoque en la transparencia y la rendición de cuentas, los escándalos de corrupción seguirán repitiéndose sin resolver los problemas fundamentales del país.
Es el sistema, estúpidos
En Colombia nos acostumbramos a un estado de indignación permanente por todo y contra todos. Nos indignamos a diario frente al escándalo de corrupción del momento y no hacemos nada de fondo por resolver un flagelo que carcome nuestra democracia. Ayer fueron el Ocad Paz o Centros Poblados, antier el cartel de la toga o el carrusel de la contratación de Bogotá y antes de estos Agro Ingreso Seguro o la yidispolítica. Es un ritual ya conocido. Los medios de comunicación son los primeros en revelar las denuncias de corrupción, los órganos de control y de justicia actúan, aunque en muchas ocasiones en forma selectiva, la ciudadanía reacciona furiosa contra los responsables y los corruptos negocian las penas con la justicia y en pocos años salen de la cárcel a disfrutar sus fortunas. Incluso algunos con descaro vuelven a sus andanzas con la frescura de Jhony Walker y la complacencia de una sociedad que olvida con facilidad.
Y en cada oportunidad sale la oposición del momento, que antes era gobierno, a rasgarse las vestiduras, exigir drásticas y ejemplarizantes sanciones a los culpables y sintonizarse así con una opinión pública hastiada e incrédula, que cada día pierde confianza en la legitimidad de sus instituciones. Antes los de derecha y el establecimiento, ahora los de izquierda y alternativos. Las soluciones estructurales nunca llegan por desidia, incapacidad o la simple imposibilidad de hacerlo. Nada cambiará mientras sigamos con el sistema actual que luce inmodificable, casi intocable, con partidos que no defienden ideas sino intereses, con las microempresas electorales de siempre y financiaciones irregulares y exorbitantes de las campañas. Como diría el expresidente norteamericano Bill Clinton: es el sistema político, estúpidos.
Seguiremos en las mismas sino somos capaces de construir un consenso nacional que nos permita ir más allá de la coyuntura para atacar las causas de esta desgracia nacional, con medidas de fondo y no con paños de agua tibia o anuncios populistas. El debate razonado y técnico sobre la corrupción fue reemplazado por las denuncias estridentes, el escándalo del día, las frases altisonantes que producen el titular mediático. Es árida y carente de sex appeal la discusión sobre el sistema político, la financiación de las campañas, las listas cerradas o la independencia de los organismos electorales. No genera interés ni da votos porque los colombianos no somos conscientes de que la ineficacia del Estado a la hora de resolver los problemas básicos del ciudadano tiene que ver con el desastre de sistema político que tenemos. Y si además utilizamos la lucha contra la corrupción como una bandera electoral que divide a la sociedad entre buenos (nosotros y nuestros amigos) y malos (los otros), nunca lograremos que esta necesaria y urgente batalla se convierta en un verdadero propósito nacional. Señalamos con el dedo acusador a los corruptos de hoy porque son nuestros contradictores y olvidamos a los de ayer porque son nuestros aliados. Así garantizamos que continúe un interminable ping pong de recriminaciones mutuas y acusaciones cruzadas que contribuye a mantener la emoción del espectáculo y no resuelve los problemas.
Hay que afrontar con seriedad la reforma del sistema político, revisar los pesos y contrapesos del poder, garantizar la independencia y autonomía de la justicia y los organismos electorales. Si no lo hacemos seguiremos en las mismas. El escándalo de la UNGDR en pocas semanas pasará al olvido, como tantos otros, con unos cuantos de los responsables tras las rejas por poco tiempo y la silenciosa impunidad para muchos más involucrados que sobrevivirán a las investigaciones. Se perderán de nuevo cientos de miles de millones de pesos y el tema desaparecerá del radar de los medios, superado por la vertiginosa velocidad de las noticias y la aparición del siguiente escándalo con el que nos indignaremos de nuevo y al que calificaremos como “el más grave de los últimos años”. Solo cambiarán los nombres de los protagonistas y el rol de los acusadores y acusados, aunque en algunos casos, en el colmo del descaro, se repiten los actores. El guion seguirá siendo el mismo si no logramos, de una vez por todas, construir un sistema político que funcione en forma eficiente y transparente, en el que las propuestas y trayectorias de los candidatos sean las que definan el resultado electoral y no los ríos de dinero que sin ningún control efectivo circulan en la política colombiana. Ese día podremos, además, contar con un Estado que cumpla su función esencial de garantizar el bienestar y la seguridad de sus ciudadanos.