CUANDO MÁS ES MENOS

Por: Rafael Antonio Mejía Afanador
Desde los tiempos del ruido, el ser humano ha sido temeroso de los cambios que lo reacomodan o lo sacan de su zona de confort. Cualquier cambio influye de alguna manera en el individuo o la sociedad. Menos en la gatopardista Colombia que, como diría Tancredi, cambiamos las cosas para que sigan igual.
Es así como la humanidad fue reacia a recibir los beneficios de la revolución industrial, los gringos tampoco querían el tren porque qué hacemos con los caballos y vaqueros desocupados. Y actualmente, vemos cómo los robots y la automatización nos están sacando a sombrerazos de actividades económicas y sociales.
Algunos llaman pomposamente statu quo a la zona de confort que tanto les conviene: al gran industrial, por ejemplo, no le molestaría reemplazar a un poco de trabajadores que se enferman, obreros jodones y sindicaleros o de ejecutivas que tienen la costumbre de embarazarse y sacar licencias para parar la producción. Claro, para ellos sería una cheveridad regresar a la época de la esclavitud, pero como eso estaría mal visto, pues rico sería tener un ejército de robots.
Sin tener ni una pizca de la imaginación de Julio Verne, me atrevería a profetizar que en unos años vamos a tener una invasión de tecnológica inteligente digna de Los supersónicos o Automan. Ya, en este momento, es difícil que en cualquier empresa nos atienda telefónicamente un humano. No, ahora son los famosos chatbots, obvio, con su buena dosis de IA integrada, como para que no queden dudas.
La IA, parece, llegó para quedarse. Las hay para todos los gustos, sabores y pelambres: ¿No sabe cantar? Fresco, hay una IA que clona su voz y le da los tonos, alturas y sentimientos que usted desee… y quedará cantando mejor que Dimash Kudaibergen. ¿No sabe pintar? No problem, hay diversidad de IA que harían colorear a Picasso. ¿Quiere construir un hermoso palacete en el solar de su casa? Pues hay varias IA que hacen quedar a Rogelio Salmona como un simple aprendiz. ¿Se anima a escribir una novela? Hágale, usted puede competir con García Márquez si le proporciona unas cuantas babosadas a una IA especializada en redacción, que, de paso, también le hace ensayos, proyectos, poesías, canciones, coplas y todo lo que a usted se le ocurra. ¿Qué tal silbarle a una IA para que le haga una melodía al ritmo que usted quiera y personalizada enteramente a su gusto?
Si no se le ocurre qué más pedirle a una IA, pregúntele a una IA, ella, gustosamente, le responderá.
Esto es una maravilla, suena casi a ciencia ficción. Pero hay un campo donde sí lo veo difícil para la IA: La educación. Los jóvenes de esta generación son tan dependientes de la tecnología que, si no es con Waze, se pierden comprando el pan. Los teléfonos inteligentes, televisores inteligentes, bombillos inteligentes y demás lumbreras tecnológicas inteligentes nos están volviendo tontos. Para los incrédulos, clic en este enlace: efecto Flynn inverso
Haga la prueba. Dígale a un niño de cuarto o quinto de primaria que escriba un resumen de un texto que no sea Caperucita Roja o Blanca Nieves. Al maestro le toca empezar por un curso acelerado de grafología forense porque al crío no se le entiende ni la marcada de la hoja, salvo que escriba el resumen en un celular o cualquier artilugio electrónico. Y si quiere una migraña, haga el mismo ejercicio con uno de grado décimo.
Los niños de la generación Z no nacieron con pan sino con celular debajo del brazo. Alguna vez me dolía del futuro de estos chicos cuando estén sobre los 40 o 45 años: miopes de andar pegados a una pantalla, sordos de estar enchufados a unos audífonos y tullidos porque no corren ni por su vida.
Recuerdo una capacitación sobre enseñanza por competencias, programada por la alcaldía de Sogamoso por allá como en el 2006 o 2007 en el teatro Sogamoso. Al final el conferencista dijo algo así como, “hasta aquí todo muy bien, esto es una gran innovación, pero si no hay lectura, no hay nada, vamos a perder el tiempo”.
Hemos sido testigos de cómo los alcaldes y gobernadores regalan computadores a diestra y siniestra y promueven jurgos de capacitaciones en ‘inteligencia artificial’. El gobierno nacional lleva gastada una millonada ($3.200 millones, según el ministerio) en cursos para integrar la IA hasta en el baño. Eso es excelente, ojalá inviertan más y capaciten más, pero qué pena dañarles la fiesta: como el señor del párrafo anterior, “si no hay lectura…” pailas.
El sistema educativo colombiano debe entender que la tecnología es un medio, no un fin. Se notan muy preocupados por cerrar la brecha digital y por ver la manera de integrar rápidamente la tecnología a la educación, pero otra vez: sin lectura no hay nada.
Miguel de Zubiría Samper dice que “los estudiantes colombianos leen, pero no comprenden y si no comprenden no pueden pensar. Esto se debe a que la lectura no es una habilidad natural, es una conquista cultural que exige entrenamiento sistemático”. ¿Así, o con plastilina?
En otras palabras, mientras el niño no sepa leer y escribir, ahí va a quedar patinando por ene años. Observen: Si me visto con el frac más elegante, corbata italiana, zapatos ingleses, camisa y perfume franceses, pero no me he bañado… calculen. Así debería ser con la IA en nuestro pobre sistema educativo: primero lo primero, no hay de otra. Para completar el panorama “el currículum educativo es muy tradicional y está muy fragmentado, o sea que se divide en 15 asignaturas que no les enseñan a pensar, a argumentar, a interpretar, a validar, a investigar”, agrega de Zubiría. Tal vez por eso en las pruebas internacionales nos pisan, agrego yo.
Para acabar de dañar la fiesta: en Europa –comenzando por Noruega, que fue pionera en introducir la tecnología a las aulas– están regresando humilde al libro y al vetusto lápiz. El viejo libraco, que no tiene sino 570 años de antigüedad, resultó con más ventajas pedagógicas y cognitivas que ninguna tablet ni supercomputadora pueden superar. Igualmente, escribir a mano tiene una superioridad comprobable sobre escribir en un teclado. Tomen nota, ojalá con lápiz:
Mayor retención de información, mayor activación de múltiples áreas cerebrales, mejora de la motricidad fina, mayor estimulación sensorial, fomento de la creatividad y expresión personal, mejor desarrollo de habilidades lingüísticas y mayor concentración y atención. Casi nada.
Por otra parte, los genios que arman los currículos y reformas educativas NUNCA se han enfrentado a un grupo de estudiantes, todos disímiles, con diversos problemas de socialización, con hambre y un laaaargo reguero de etcéteras. Simplemente dictan las normas, aflojan un dinerito y asunto arreglado.
Para no aburrirlos: bienvenida la tecnología, las IA y todos los adelantos posibles, pero porfis, primero que aprendan a leer y escribir. De eso ya se dieron cuenta en Europa, ojalá acá no nos percatemos después de 20 años. ¿Mucho pedir?