Opinion

KAREN, CONSEGUISTE UNA VICTORIA

Por: Rafael Antonio Mejía Afanador

Comencé mi trasegar por los caminos de la tiza, el tablero y los corazones de los estudiantes el 13 de marzo de 1987 en Soatá, la tierra del dátil. De ahí en adelante comencé un pequeño desfile por Páez, Chitaraque, Tópaga y finalmente Sogamoso. 

Los colegios de los pueblos tenían la particularidad de ser pequeños, un bajo número estudiantes por curso y, sobre todo, la gente muy amable, colaboradora y relativamente fácil de educar. (Estoy hablando de 1987, porque ahora en pueblo o ciudad la cosa es igual de fregada). En cada sitio, más que enseñar, aprendí mucho de la idiosincrasia, costumbres y características de los muchachos y su contexto socio económico.

Al llegar a Sogamoso, al Integrado Joaquín González Camargo, en el 2002, mi aterrizaje fue en la jornada nocturna. Después de tratar con jóvenes dóciles, llegar a lidiar con adultos serios y jóvenes medio problemáticos… casi tiro la toalla. Afortunadamente la rectora, doña Lilia Peña Patiño me trasladó a los cuatro meses para la Jornada B y, claro, sentí el cambio porque ya tenía nudos en el cuello por el estrés. Obvio, no eran todos los muchachos, pero… 

En este bello oficio, sin exagerar, ve uno de todo. El que mejor plasma esa extensa variedad de fauna estudiantil es el maestro Jaime Valencia en la banda sonora de Décimo grado (ver video) donde retrata sin excepción a todos: el vago, el juicioso, el indiferente, etc.  

Casi toda esa baraja de personalidades, genios y caracteres los conocí en el Integrado durante los 20 años que laboré allí. Pero uno de los recuerdos más lindos que tengo de mi paso por allí es haber conocido a la chica de la foto que ilustra esta nota: Karen Berrío Pérez. Niña muy hermosa, en todo el sentido de la palabra. Y digo “era” porque físicamente ya no está entre nosotros, ya Karen es un ángel que adelantó ese viaje al más allá y en cuyo destino final estaremos todos. 

El difícil arte de levantar hijos no es para todo el mundo, pero don Mario Berrío y su señora Ilse Pérez, dueños del popular Chachos de la Hamburguesa, hicieron un excelente trabajo con Karen. Recuerdo que, al llegar a la Jornada B, Karen estaba en grado octavo y era una niña morenita, delgadita, de un precioso cabello negro ondulado y con una mirada vivaracha que no se la he visto a muchas chicas. Siempre –y siempre es siempre– saludaba con buena energía y con una tierna sonrisa que le arreglaba a uno el día. La misma sonrisa que le brindaba a uno cuando se le pedía un favor.

Dicen que no hay felicidad completa, que cada uno a su manera carga su propia cruz. De una manera u otra sobrellevamos penas, angustias y adversidades que le ponen su tono gris a la vida. Aún si no nos damos cuenta, la vida está llena de colores y el tiempo que alcancemos a disfrutar de nuestros hijos, nuestros padres, hermanos o amigos es lo que verdaderamente pesa al hacer un balance de nuestro recorrido por estos caminos del destino. 

Hay situaciones y circunstancias que se escapan a nuestra voluntad. Una de esas circunstancias adversas es lo concerniente a la salud. Cuando se tiene un hijo, lo primero que uno espera, como padres primerizos, es que estén bien. Uno los mira por todos lados y se dice a sí mismo, “está completico, está bien, uff, que alivio.”

Es así como comienzan a llegar las satisfacciones. Los papitos de Karen, recuerdo, salían siempre orgullosos en las entregas de informes, pues su niña, además de buena estudiante, era excelente persona y los maestros siempre hablábamos maravillas de ella. Algunos jóvenes de hoy no son muy empáticos con este mágico logro, pero sí deberían saber lo hermoso que se siente cuando alguien habla bien de nuestros hijos. Es una satisfacción que no tiene comparación.  

A pesar de que su salud le iba dando señales de alerta, Karen asumió su papel de estudiante de Derecho con toda la seriedad que su futuro merecía. En el 2006, con toga y birrete a bordo, se graduó como bachiller y después se matriculó en la misma universidad que vio graduar a mi hija, la Santo Tomás de Tunja. Posteriormente se especializó en Derecho Penal y debutó en el mundo laboral. 

Cuando la enfermedad aparece, nuestra vida queda, literalmente, patas arriba. Comienzan la negación, las angustias y la pensadera. Las personas asumen estas adversidades de muchas maneras, una de ellas como sucedió con Karen, es la fe. El asunto espiritual y religioso es tan personal, tan íntimo que no admite absolutamente ninguna interpretación por parte de un tercero. Don Mario, señora Ilse: la vida no nos pregunta, no nos pide permiso, la vida simplemente llega, se presenta… sucede y algún día, con la fe y la fortaleza que siempre los ha caracterizado, saldrán adelante de la mano de ese angelito que tienen allá, arriba y al que no le gustaría verlos desmoronarse.   

En la plenitud de su juventud, las sombras que presagiaban un destino al que todos llegamos, pero nos negamos a ver, comenzaron a oscurecer los sueños de Karen, su salud se fue deteriorando a causa de una enfermedad hepática autoinmune que, a la postre, le adelantó la partida, dejando a su familia y a quienes tuvimos la suerte de conocerla sumidos en una profunda tristeza. 

Según su hermano, Mario, cuando Karen vio que esta enfermedad era algo muy serio, con el apoyo de sus padres, viajó a Tierra Santa donde tuvo una visión donde ella aparecía victoriosa sobre su delicada situación de salud. Según sus allegados, allá, “durante la visión, el Señor le sugirió que no debería llamarse Karen sino Victoria”. Entonces regresó a Colombia dispuesta a cambiar su nombre y lo hizo. Por eso donde quiera que estés, Karen, mi querida princesita, conseguiste una Victoria.

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