Opinion

LA LETRA CON LÁPIZ ENTRA

Por Rafael Antonio Mejía Afanador

Dicen, y con mucha razón, que la niñez y la juventud, como diría Rubén Darío, se van para no volver. Como si fuera ayer, recuerdo mis años escolares, que fueron un poquitín diferentes a los de mis coetáneos, porque no sé por cuál extraña razón me matricularon en Grado Primero y después Segundo ¡en la Escuela Urbana de Niñas! Edificación que terminó como la sección de talleres del Ibtimi, después sede de la liquidada Telecom y hoy como locales comerciales (ver plumilla cedida por Abimael Abril).

Fue en esa escuelita donde doña Emma Rangel de Hernández nos enseñó nuestras primeras letras y nuestras primeras lecciones de responsabilidad junto con la profesora Aura Escobar. Como éramos sólo dos varones, un niño de apellido Peña y yo, nos asignaron el papel de consentidos, situación que no nos eximía de llamadas de atención y tal cual jalón de orejas.

Era muy común que antes de comenzar la primera clase entonáramos a grito pelado alguna canción. Las que más recuerdo son “soy pirata y navego en los mares…” que hasta ahora, después de viejo vengo a saber que es adoptada por la Armada colombiana y otra que decía “blanca estrella de la mar, no abandones mi barquilla”.

Memorables también las chorreadas de tinta, pues los primeros esfuerzos para escribir “mi mamá me ama”, eran con tinta y plumilla. ¡Imagínense! Si le quedaba a uno grande manejar los cubiertos en la mesa, intentar no salirse del renglón y hacer la letra bonita a punta de plumilla era toda una odisea. Algunos llegábamos a casa hechos un asco, llenos de enormes gotas de tinta azul o negra en los pantalones. Finalmente, y gracias al tesón de mi profesora, aprendimos a escribir y a leer.

Lo de aprenderse las tablas parecía más una lección de poesía, pues el método utilizado era recitar “dos por una dos, dos por dos cuatro” y así con las demás. ¡Qué risa! Como la recitada era en grupo y a todo volumen, algunos aprendíamos únicamente la música. Y cuando sonaba la campana para el recreo, salíamos en manada a comprarle melcochas a la señora Teresa, esposa de Celedonio, uno de los barrenderos de las calles de Paz de Río. 

Con el paso a la Concentración Kennedy, la dicha era jugar fútbol en la calle, como se estilaba en ese tiempo, con la patota de amigos, entre los que recuerdo a Nelson Rojas, Jaime Angarita, Jorge y Carlos Riveros, Juan Monsalve, Carlos Mojica Castell, Élver Solano, Marcos Amaya y otros que me van a disculpar porque la lista es bien larga. Una de las felicidades de la época era obtener el turno de tocar la campana, si a eso se le podía llamar campana: un trozo de riel al que agarrábamos a varillazos para anunciar la hora del recreo.

Y como siempre, en ese tiempo, las consultas se hacían leyendo libros y haciendo resúmenes a mano. Ni en nuestros más tiernos sueños imaginábamos que algún día iban a inventar la fotocopiadora o la calculadora, todo tocaba a pura cabeza. Mucho menos, ni porque tuviéramos la imaginación de Julio Verne, avizoramos algo como el internet, el WhatsApp, la inteligencia artificial y todas las ayudas educativas de hoy. Lo más cercano a un viaje al futuro era leer a Dick Tracy en El Tiempo del domingo.

Nuestra única ayuda educativa era su majestad el soplete. Como parece que actualmente hay jóvenes que ni siquiera hacen un soplete, éste era un trocito de papel con un mini resumen del tema que nos iban a evaluar. Jamás se nos pasó por la cabeza que estábamos haciendo una trampa: sin saberlo ¡estábamos aprendiendo a sintetizar! Nos tocaba meter todo el tema en media página y volverla como acordeón; para eso era necesario resumir y obviamente, escribir a mano.

Cuando llegábamos a la temida evaluación ya no era necesario sacar el soplete pues con sólo escribirlo ya sabíamos la lección y no nos arriesgábamos a que el profesor nos soplara la mano y en la casa nos acabaran de rematar.

Como diría mi amigo Carlos Augusto Bernal, ¿y eso qué tiene que ver con el precio de la papa? Pues tiene que ver y mucho. Resulta que escribir a mano deriva en una actividad sincronizada de conectividad cerebral que activa vías neurales específicas que facilitan y optimizan el aprendizaje y el procesamiento de la información. Casi nada.

Resulta que escribir a mano es una de las actividades más complejas que puede hacer el cerebro humano e involucra una serie de procesos que no se dan JAMÁS si escribimos en un teclado. “A medida que la escritura tradicional está siendo reemplazada progresivamente por dispositivos digitales, es esencial investigar las implicaciones para el cerebro humano”, dice Audrey van der Meer, psicóloga y coautora de un estudio en la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología. “No vemos esa actividad sincronizada en absoluto al escribir en la computadora”, añade.

Países como Noruega, Francia y Finlandia están regresando a la escritura cursiva, pues son conscientes del evidente problema que significa la invasión de celulares, tabletas y computadores portátiles en la educación. Otros países van más allá: Dinamarca, China Francia y España ya están restringiendo al máximo el uso de estos dispositivos en los centros educativos. En Dinamarca no los dejan usar ni en los recreos.

En el colegio CEHDU, de Sogamoso se prohibió el uso de celulares para que los estudiantes se concentren más en su trabajo académico, se comuniquen más entre sí de manera real y disminuir el ciberbullying. Sus directivos acudieron a una solución ingeniosa: dotar de celulares institucionales al colegio para que los padres de familia puedan, a través de estos móviles, localizar a sus hijos en caso de alguna emergencia e igual los estudiantes. ¿El resultado? Los muchachos se ven obligados a interactuar más con sus pares e inventarse algo para sobrevivir a la abstinencia del celular, y ese algo es lo que hacíamos nosotros: ¡jugar!

En cuanto a los colegios públicos, el Concejo de Sogamoso promulgó el Acuerdo No 031 de diciembre de 2024 que parece redactado para hermanitas de la caridad y no dice nada que no se haya hecho para erradicar el problemita porque parece que está prohibido prohibir. Sería bueno que concejales y alcalde fueran a un colegio público un par de semanas en el rol de docentes para que vean que la realidad, vista desde el escritorio, es diferente a la real. No se estresen buscando y leyendo el acuerdo, idea principal del sudor del concejo: En la nevera queda un pedazo de pizza, pero no se lo vaya a comer. ¿Pudieron en Dinamarca, pero no en Cundinamarca?

Sería interesante volver a repasar modelos que nunca serán anacrónicos: Así García Márquez pensara lo contrario, leer y escribir en físico jamás pasará de moda. Alejemos a los niños de las pantallas y teclados y regresemos al anticuado lápiz y verán como la letra con lápiz entra.

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