En medio de los Medios

La superstición de las armas

El escritor Gonzalo Mallarino Flórez nos ofrece un interesante razonamiento sobre el uso de las armas por parte de la sociedad civil. Lo trae a su columna de El Espectador, a propósito de algunas voces escuchadas últimamente que, ante la inseguridad, creen y claman por un supuesto derecho a utilizar las armas como medio de defensa. Esos argumentos esgrimidos, Mallarino, como de costumbre, los rebate con sensatez y buen tino.   

La superstición de las armas

Gonzalo Mallarino Flórez. El Espectador, 28/2/2024

No es cierto que una sociedad pueda enfrentar la delincuencia y la criminalidad armando a la ciudadanía. Eso es paja. Eso solo traerá más violencia y más muertos. Aferrarse con fervor a la idea de armarse, como si se tratara de un talismán poderoso, es una falsedad, es una mentira.

La delincuencia y la criminalidad solo se derrotan cuando la sociedad avanza hacia la paz y el bienestar general. Y la única vía es la civilidad, que es la manera en que se manifiestan la solidaridad y la fraternidad. Una sociedad armada ya perdió, fracasó, porque desterró la civilidad, la proscribió. En este sentido, la gran conquista de la humanidad en el decurso de los siglos, su mayor logro intelectual, político, humano, ético, es la civilidad, que hace posible la vida colectiva en la sociedad de la modernidad.

El logro no es la fabricación de armas cada vez más letales. No es la superstición de que armados estamos más protegidos, más seguros. Eso es paja. Fíjense en las sociedades en las que hay muchas armas, o aquellas en las que el estamento militar es demasiado poderoso y preeminente en la vida de la nación. Sin excepción, esas sociedades están mal, son autoritarias, injustas, persecutorias. Se ceban en la violencia propagada desde el Estado y ahogan a la gente, la deshumanizan. Y después, extienden sus garras y dañan a otras naciones y las destruyen y las someten a su poder ominoso. Pero, eso sí, viven muertas del miedo todos los días.

Una persona que puede comer y nutrirse, que puede trabajar y sostener a su familia, que puede educarse y progresar, que puede reírse y jugar y amar, no caerá en la delincuencia. La delincuencia es la señal de que una sociedad es desigual y de que quebranta a inmensos sectores de la ciudadanía, sumergiéndolos en la pobreza, la violencia, la tristeza y la desesperanza.

Miren al pueblo judío y el asco de Estado y de gobernantes que tiene. Y viven armados hasta las narices. Miren a Estados Unidos, pues acaso no hay un país más permisivo con las armas que ese. Y adviertan cómo está su sociedad. Cómo cada semana se matan niños en las escuelas, en las calles, hasta en los jardines de las casas. Observen ahora una sociedad como la de El Salvador, en estos días en que tantos desde Colombia contemplan con arrobo a Bukele. Es una sociedad que está caminando hacia una gran tragedia humanitaria, social y humana. Sus élites animan y cohonestan el quebrantamiento de los derechos civiles y humanos por parte del Estado. Se acaban de pasar por la faja su Constitución solo para seguir teniendo la sensación de seguridad y confort que les da tener un presidente que, por todo proyecto social y político, construye cárceles. Recuerden a Colombia, cómo nacieron las cooperativas de autodefensa y el paramilitarismo, nada menos.

Cuando pululan las armas, es la gente, la ciudadanía, la que oye las detonaciones y se estremece. Y acaba poniendo los muertos.

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