LOS PARQUES DE BOYACÁ

Por Lizardo Figueroa
Nuestros pueblos de la tierrita, con sus encantos, parecen pinturas elaboradas con finos pinceles e inspiración de los muralistas iluminados.
Cada poblado tiene su parque, que en realidad es la «sala de recibo», esmeradamente cuidado, con flores, pinos, jardines y sillas que invitan al disfrute del solaz y la paz a propios y visitantes; sus entornos se complementan con sus casas coloniales centenarias, capillas e iglesias, algunas verdaderas joyas que ubican al espectador en cualquier apacible villa europea.
Basta un breve recorrido por cualquier provincia, para comprobar la bondad de Dios con Boyacá.
Ejemplos hay muchos y en todas las Provincias; pero no más visitar los municipios del Centro, Tundama, Sugamuxi Occidente y Valderrama, es el disfrute mismo: Chivatá, Tuta, Sotaquirá, Arcabuco, Moniquirá, Togüí, Ráquira, Tinjacá, Sutamarchán, Monguí, Tópaga, Cuítiva, Tota, Aquitania, Corrales, Busbanzá, Floresta y su bello corregimiento de Tobasía (una tacita de plata) Iza, Firavitoba, Pesca, Tibasosa, la Villa Republicana de Santa Rosa de Viterbo, la diminuta y encantadora Tutazá -en donde sólo se escucha el trinar de los pájaros y la rosa de los vientos’, Betéitiva, Belén, Paz de Río; pero cuento aparte, en una visita que hicimos la semana pasada a Valderrama, con una autoridad de la Sociología y la Historia, Natalia II, encontramos dos tesoros: heredado y conservado de las históricas a Socha Viejo, que conserva con esmero la Capillita a donde llegó el Libertador Simón Bolívar, con su diezmada tropa de llaneros patriotas que lograron resistir los rigores del Páramo de Pisba, agobiados, ateridos y enfermos, pero muy bien recibidos y atendidos con la generosidad característica de los sochanos, liderados entonces por Matildita Anaray.
El parque de Socha -la nueva- llamada «Nodriza de la libertad» es espectacular; lo enmarcan la imponente Iglesia de frontis de piedra tallada y su atrio; en su recinto interior sobrecoge la maravilla de su altar y sus bellísimas flores; los murales de pasajes rurales de la vida de Jesús en Nazareth, el Coro, el singular tañido de sus campanas, único en Colombia; la Casa Consistorial, recinto de las autoridades, conservando el estilo arquitectónico de la Colonia; muy arriba, dominando el poblado y hasta el cañón del Chicamocha, un espectacular capricho de la naturaleza: tres montañas que replican el Cóndor de los Andes.
Así son algunas de nuestras «patrias chicas» boyacenses, remansos de paz, escondidas entre montañas y praderas, sus brisas con olores de mangles, eucaliptos y pinos, sus jardines, sus arreboles, sus soles de los venados, sus noches estrelladas y silentes, sus amaneceres con sus rayitos de sol que entran por las ventanas al canto de los gallos, el mugido de las vacas, el saboreado tintico de los gañanes madrugadores y el caldito de papa, infaltable dieta de la compadrada en la tierra libertadora de América.
«Amo a mi tierra, como a mi mama».