Mascotas

Los perros de chernóbil: Supervivientes radiactivos que desafían la ciencia

Desde el trágico desastre nuclear de Chernóbil, el 26 de abril en 1986, la zona de exclusión que rodea la planta nuclear ha experimentado una notable transformación en su ecosistema, especialmente en lo que concierne a la vida silvestre. A medida que los humanos fueron evacuados y la radiación persistió, muchos animales domésticos fueron sacrificados para evitar la propagación de los efectos del desastre. Sin embargo, algunos eludieron a sus verdugos y encontraron refugio en los bosques circundantes y cerca de Pripyat, dando lugar a generaciones que han sobrevivido en un entorno radioactivo.

Durante el año 2010, se inició la construcción de una nueva estructura de confinamiento segura sobre el reactor dañado. Miles de trabajadores acudieron a la zona en masa. Al mismo tiempo, Chernóbil se convirtió en un destino para el «turismo de catástrofes». Los perros emigraron a esas zonas y fueron alimentados por la gente.

Investigadores del National Human Genome Research Institute tomaron muestras de más de 300 perros callejeros que vivían en la zona, incluyendo el área interior de la planta nuclear extinta y en un radio de entre 15 y 45 kilómetros. Mediante pruebas de sangre, los científicos concluyeron que el material genético de cada can mostraba variaciones, a pesar de ser descendientes directos de aquellos afectados por la explosión de 1986.

Jennifer Betz, la veterinaria a cargo del programa, explica el proceso. «Capturamos a los perros, los esterilizamos, los vacunamos, les ponemos un microchip, los etiquetamos… y les colocamos dosímetros en las orejas. Luego los devolvemos a su lugar de origen para que vivan lo más felices y saludables posible». Además, el equipo proporciona la atención médica necesaria.

Estos perros no pueden ser retirados de la zona debido a la posibilidad de llevar consigo contaminantes radiactivos en su pelaje o en sus huesos.

Estos perros de Chernóbil son valiosos para la ciencia debido a que han vivido y evolucionado aislados durante 15 generaciones desde la catástrofe. Aunque tienen una vida corta, muriendo a los tres o cuatro años (siendo que lo normal para perros de su tamaño es de 10 a 12 años), Jennifer Betz sugiere que las mutaciones genéticas que les permitieron sobrevivir en este entorno tan hostil podrían ser de genes importantes y significativos.

Según los investigadores, este estudio puede transformar nuestra comprensión sobre los efectos de la radiación en los mamíferos, incluidos los humanos.

(Fuente: National Geographic)

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