Opinion

¿MAL ESTUDIANTE?

Por Lizardo Figueroa

Cada cierto tiempo se conocen los resultados de las pruebas nacionales e internacionales aplicadas a los estudiantes colombianos, para determinar conocimientos, habilidades, destrezas, capacidades, competencias, etc.

Los nuestros, valga decirlo, generalmente están de media para abajo en los comparativos con sus similares del mundo; una vez publicados se hace el consabido ruido en los medios, en el Ministerio de Educación, en las instituciones educativas, Fecode, todo el mundo se da golpes de pecho, nadie asume responsabilidades, hay mil explicaciones que más bien son disculpas, se anuncian medidas y planes de mejoramiento, aumento de presupuestos, pasan dos semanas y todo vuelve a lo mismo de siempre, hasta los próximos resultados y así en una especie de rueda sin fin.

Hubo un tiempo en muchas naciones, cuando la educación jalonaba el progreso, los adelantos, la investigación, la innovación; era la formación para crear paradigmas, arquetipos, novedad.

Hoy lo último es la llamada IA (Inteligencia Artificial) que ya está anticipándose, para bien o para mal, en lo que será el devenir del planeta. Son las nuevas generaciones las que asumirán los roles del tercer milenio.

Habiendo cruzado el umbral del trajín académico formal, uno se pregunta, en últimas qué le quedó de su ya antigua vida escolar devolviéndose varios calendarios.

De la primaria quedó asomarse al alfabeto y los números, aprendiendo a leer, escribir, las operaciones matemáticas básicas con el tormento entonces de las tablas de multiplicar  particularmente la del 9 que me valió repetirlas de memoria como mil veces y las caricias de la varita de rosa en mi cuatro letras, cortesía de la profesora Reinalda; sin duda también la fantasía de las historias de Rafael Pombo, Simón el bobito, Rin Renacuajo, La lechera y otras representadas por los infantes asomados al teatro.

Del bachillerato quedaron la lectura obligada de algunas obras literarias de autores colombianos, siendo El Cristo de espaldas, de Eduardo Caballero Calderón, la primera y la que probó la comprensión de lectura, al tener que contar en clase, la adversidad del curita joven que iniciara su vida sacerdotal en ese pequeño gran infierno del frío pueblo cordillerano, derivada de la violencia política.

El brusco asomo del inglés, del cual sólo recuerdo this is a book, this is a house, this is a ruler.

De ciencias naturales, recuerdo al profesor Ciro Palacios, de química, eminente, estricto y con preguntas de respuesta tipo «muerte súbita» sabe o no sabe, 1 o 5 y H2OSO4 y la electrólisis en las baterías de carros.

Un buen número de obras leídas de literatura hispana, colombiana, latinoamericana y universal, a estas alturas ya casi olvidadas.

En mi memoria y para siempre, dos vicios heredados de mis Profesores Sol Ángel y Siervo: leer y escribir, inculcados con testimonio y estricto rigor en la redacción y ortografía, que valga aceptarlo, muchas calificaciones me gané, rara vez pasadas de 3.5 dada la extrema exigencia de mis tutores; hoy, es honesto reconocerlo, he «mejorado» en dirección de la cola de las vacas.

Los vicios incorregibles me permiten ahora «trabarme» en los ratos libres -que son todos- y aburrir a quienes se atrevan a leerme.

De álgebra, trigonometría y cálculo, tuve excelentes maestros, aunque jamás logré entenderme con las tangentes, cosenos y menos los senos, de los cuales sí tuvieron qué ver mis hijos recién nacidos.

En últimas, ya más aplicado, la universidad me habilitó con buenos argumentos para después y durante 40 años, ganarme la vida leyendo, escribiendo (únicamente con el índice derecho desde la época de las máquinas Brother y Remington) y por supuesto, hablando más de la cuenta.

En la actualidad, en la era de la cibernética, la inteligencia artificial, el turismo espacial hacia la aldea interplanetaria de Marte e intermedias, he de reconocerme con disimulado rubor, analfabeta virtual.

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