En medio de los Medios

Escribir con las patas

Este título llamativo de la columna de la escritora, docente y poeta Piedad Bonett, en El Espectador en su edición del 26 de noviembre nos ofrece lo que está sucediendo, sobre todo en los jóvenes, con la ausencia cada vez mayor de la lectura profunda. Esta que está siendo reemplazada por una visiones rápidas o fugaces de las pantallas de los móviles y tabletas. Tal vez sea otra característica o un ladrillo más que se estaría agregando para que el subdesarrollo crezca desde los cerebros idiotizados por las redes sociales. 

Piedad Bonett viene de publicar la edición conmemorativa de diez años de su libro, Lo que no tiene nombre. Este fue calificado en 2016, por el diario español El País, como uno de los mejores libros publicados en los últimos 25 años, (BV).

Escribir con las patas

Por Piedad Bonett. El Espectador, 26/11/2023

Mi oficio de escritora y 30 años como maestra universitaria aguzaron mi ojo crítico a la hora de evaluar los errores de escritura. Por eso sufro cuando veo los que cometen a diario los periodistas. Hace poco, por ejemplo, leí un artículo de un ducho encargado de política, y todos todos los adverbios estaban mal usados. Y otro donde la que debía ser una neófita escribió: “Viene punteando una eminente negativa”, cuando la palabra precisa era “inminente”. Ni se diga lo que uno ve en los mensajes de X, ejemplo de desprecio por la lengua y por los lectores, aunque estén escritos por figuras públicas que se suponen alfabetizadas.

Uno se pregunta qué pasa y las respuestas son alarmantes. Y es que se aprende a escribir solo cuando se sabe leer. Fallan las escuelas de periodismo, sí, y las universidades, donde se está descuidando la llamada “lectura profunda”. Pero es posible que estos periodistas no hayan aprendido nunca a leer bien. Como informó El Espectador hace poco, en Colombia hay problemas estructurales gravísimos y de vieja data. Un estudio de la Fundación Luker y otro del Banco Mundial mostraron que “el 60 % de los niños de 10 años de Colombia no entienden un texto simple”. Y de acuerdo con el Laboratorio de Economía de la Educación de la Javeriana (LEE), los estudiantes colombianos de ciencias de la educación —los futuros maestros— obtuvieron el menor promedio global en las pruebas Saber 11.

Pero hay más: todo indica que la cultura audiovisual está desplazando la lectura a pasos agigantados. El editor de un periódico me dice que la mitad de su equipo viene de prepararse en medios audiovisuales. Una conocida periodista admite que su podcast tiene miles de escuchas y sus columnas muchos menos lectores. Y se pregunta uno: ¿qué tipo de ejercicio mental y de reflexión puede promover TikTok en sus jóvenes usuarios? No se trata de una queja nostálgica sobre el desinterés por la lectura, sino de señalar que para que haya complejidad de pensamiento se necesita complejidad de lenguaje. Y eso sólo lo da la lectura profunda.

¿Sabían ustedes, por ejemplo, que los avances de la neurociencia han revelado que el cerebro humano, que viene predeterminado para el uso oral del lenguaje, no lo está, en cambio, para leer? En el bello libro El ideal de una comunidad de lectores, la filósofa Ángela Calvo explica de manera sencilla, pero apasionante, cómo aprender a leer no es un ejercicio mecánico, sino un logro del Homo sapiens que, con la lectura, añadió un circuito nuevo al cerebro. Y retoma las palabras de Maryanne Wolf, en su libro Lector, vuelve a casa: Cómo afecta a nuestro cerebro la lectura en pantallas, para explicarnos que la lectura que exige tiempo y concentración en los detalles “cambia significativamente lo que percibimos, lo que sentimos y lo que sabemos, y al hacerlo altera, informa y elabora el propio circuito cerebral”. Del mismo modo, las pantallas, que promueven la “lectura saltamontes”, también reconfiguran el cerebro, especialmente en los niños, empobreciendo la memoria y haciéndoles perder la calidad de la atención, que les permite profundizar. No se trata, pues, de rechazar las nuevas formas de comunicación, sino de saber combinarlas con los formatos tradicionales, para que el camino escogido no sea el de la involución.

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