Por qué creerle a Mancuso
Por Manuel Álvaro Ramírez R *
Acaba de terminar la audiencia en la cual durante cuatro días se escuchó a Salvatore Mancuso, el otrora temido comandante paramilitar que contó con algunos pelos y algunas señales, los pormenores de la actuación de las autodenominadas Autodefensas Unidas de Colombia, AUC. Ese título se le debe a los militares a quienes incomodaba el más preciso de paramilitares y siempre que uno hablaba de paramilitares, los oficiales remarcaban con el nombre más comercial y menos comprometedor para el establecimiento.
No dijo nada que los colombianos no hubieran escuchado muchas veces: que el Estado era una estado mafioso, lo reiteró Gustavo Petro como senador en sus sonados debates; que los militares hacían operaciones conjuntas con las Fuerzas Armadas. Hay mucha evidencia y militares y policías condenados por esos hechos aunque siempre se acude a la conveniente disculpa de las manzanas podridas, cuando lo difícil era encontrar si alguna se había salvado de la podredumbre. La manifestación de la reserva encabezada por el ex general Zapateiro muestra que la putrefacción caló bastante hondo; que organismos como el DAS estaban al servicio del crimen, no es sino recordar a José Miguel Narváez y a Jorge Noguera Cotes, el exdirector, ficha de Jorge 40 y catalogado por Álvaro Uribe como un buen muchacho, no hay que olvidar que un hijo de Jorge 40 fue nombrado, por Iván Duque, en la Oficina de Víctimas del Ministerio del Interior. El grupo dominante envía una señal al resto de la sociedad, me enseñaban en un curso de Ciencia Política; que a los autores intelectuales de asesinatos los nombraron embajadores, nada de eso es nuevo.
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Ahora el punto es por qué hay que creerle al exjefe paramilitar. Sencillamente porque eso mismo lo había dicho ante el Congreso de la República, sólo que aquella vez no entró en detalles y quienes hoy se rasgan las vestiduras ayer aplaudieron su arrogante intervención disfrazada de lucha contrainsurgente, para defender los bienes legítimos, decía él, del asedio guerrillero. No se imaginaba el entonces comandante, que casi 20 años después, abandonado por el poder político, que una vez ayudaron a construir y reforzar, estaría declarando desde una oscura celda de una cárcel norteamericana.
Por eso hay que creerle a Mancuso, porque sin miramientos e incumpliendo los pactos que los paramilitares habían hecho con Uribe, éste los extraditó a Estados Unidos cuando resultaron ser ahora socios peligrosos y podrían contar, en su momento, la verdad que incomodaba al establecimiento a nombre del cual habían cometido toda clase de crímenes atroces. Además, Mancuso usa expresiones en las cuales admite que se llegó a límites insospechados asesinando personas que eran simplemente campesinos u otras víctimas ordenadas desde el Estado, como el caso del alcalde de El Roble, Edualdo Díaz, o el periodista Jaime Garzón.
Pero hay que creerle también, porque la Justicia Especial para la Paz, JEP, ha demostrado ser un organismo serio, comprometido con la verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición. Allí, han llegado altos oficiales como los generales Mario Montoya e Iván Ramirez y los han rechazado porque no admiten su responsabilidad, pese a que hay testimonios que los incriminan, pero ellos descargan toda la responsabilidad en el personal subalterno, como si ellos tuvieran la autonomía suficiente para actuar como ruedas sueltas en una organización tan vertical y tan centralizada como el Ejército.
Por estas razones, Mancuso sabe que si no contribuye al esclarecimiento de la verdad la JEP podría no admitirlo, en cuyo caso debería enfrentar a la justicia ordinaria y ya sabe lo que sucede cuando alguien se enfrenta con el poder. Baste recordar los casos de Fernando Botero y hasta David Murcia Guzmán quien dijo que los hijos de Álvaro Uribe participaban en los negocios de DMG.
*Magister en Economía
Universidad de los Andes