Opinion

¿Qué premia el Nobel de Machado?

El Nobel de la Paz concedido a María Corina Machado despierta una pregunta inevitable: ¿se galardona una trayectoria de lucha democrática o se valida una visión política alineada con la derecha continental y los intereses de Washington? Más allá del titular, el premio invita a reflexionar sobre qué idea de “paz” representa hoy el Comité Noruego.

El anuncio del Nobel de la Paz 2025 para María Corina Machado generó aplausos y recelos por igual. En un continente donde la palabra “paz” carga con heridas y esperanzas, este reconocimiento obliga a mirar más allá de la imagen mediática de la dirigente venezolana.

Machado no es una figura surgida de la calle ni de la resistencia popular. Su origen político está ligado a la élite económica y social caraqueña que marcó la vida pública venezolana desde los tiempos de Carlos Andrés Pérez, símbolo de una era de abundancia petrolera y corrupción estructural. De esos círculos surgió una clase dirigente acostumbrada a gobernar con privilegios, y de allí proviene también quien hoy es presentada como emblema de la disidencia democrática.

Su plataforma inicial, Súmate, alcanzó notoriedad internacional a inicios de siglo por su participación en procesos electorales y por recibir financiamiento de la National Endowment for Democracy (NED), institución vinculada a la política exterior estadounidense. Años después, su reunión con George W. Bush en la Casa Blanca selló una conexión que marcaría su proyección futura: la de una líder que entiende la política venezolana desde la lógica de la geopolítica hemisférica.

Esa afinidad se ha extendido a otros territorios. En Colombia, Machado ha encontrado respaldo en figuras como Álvaro Uribe Vélez, Andrés Pastrana e Iván Duque, con quienes comparte un ideario económico liberal, una concepción de seguridad basada en la fuerza y una narrativa antichavista que trasciende fronteras. Ninguno de ellos es, precisamente, un símbolo de paz o transparencia institucional. Su cercanía con esos sectores dibuja el contorno ideológico desde el cual puede leerse el significado de este Nobel.

Quienes defienden el premio argumentan que se trata de un reconocimiento al valor personal, a la voz que se mantiene firme frente al autoritarismo. No es un argumento menor. Pero también es cierto que, al elevar a Machado como ícono mundial de la democracia, el Comité Noruego parece enviar otro mensaje: que la “paz” puede residir en el enfrentamiento, que la “libertad” puede traducirse en sanciones, y que el cambio legítimo puede depender del aval extranjero.

La historia del Nobel ha conocido premiados que encarnaron procesos de reconciliación y justicia social —desde Martin Luther King hasta Adolfo Pérez Esquivel—. El caso de Machado pertenece a otra categoría: la de los premios que expresan más una lectura geopolítica que una convicción ética. En un continente que lucha por afirmarse soberano y diverso, resulta legítimo preguntarse si la paz que se celebra hoy es la de los pueblos o la de los poderes.

Al final, el Nobel de Machado no impone una verdad: reabre un debate. Nos interpela sobre el sentido de la democracia, sobre el papel de las élites en la construcción del cambio y sobre los límites del intervencionismo disfrazado de solidaridad. En tiempos donde la paz se confunde con alineamiento, vale la pena volver a preguntar: ¿qué, y a quién, está premiando realmente el Nobel?

Este artículo fue redactado con la asistencia de herramientas de inteligencia artificial, revisado y editado por el equipo de redacción de Boyacávisible»

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba