El general en su laberinto

Por Manuel Álvaro Ramírez R. (*)

Me tomo el atrevimiento de parafrasear a García Márquez para encabezar este escrito. Pero las obras universales, como la suya, ya no pertenecen a sus autores sino a la humanidad entera.  La Jurisdicción Especial para la Paz, JEP, acaba de imputar al señor general Mario Montoya Uribe por ser el responsable de la ejecución extrajudicial de 130 jóvenes para presentarlos como guerrilleros caídos en combate, conocidos coloquialmente como ‘falsos positivos’. Conviene recordar que Montoya fue famoso por estos vergonzosos acontecimientos y quizás uno de los episodios más sangrientos y conocidos fue la llamada Operación Orión, cuando este general era comandante de la Cuarta Brigada con sede en Medellín.

Hay un hecho relatado varias veces por el periodista Yohir Akerman, quien en un relato sobre la masacre de Bojayá afirmó lo siguiente:

 “…cuando Mario Montoya, entonces comandante de la Cuarta Brigada del Ejército, llegó a la zona un día después de la masacre y vio la cantidad de periodistas, mandó a uno de sus oficiales a comprar unos zapatos de bebé.

Como si la devastadora escena no fuera suficientemente escalofriante, Montoya, ante una de las cámaras, sacó uno de los zapaticos y antes de la entrevista comenzó a llorar. Como un dato aparte, esas mismas cámaras lo grabaron después, casual, dando órdenes a sus oficiales, rodeado de paramilitares y en completa coordinación con ellos” (El Espectador, 8 de agosto 2021).

Como es usual entre estos individuos que se sentían protegidos por las más encumbradas cúpulas del poder, Montoya siempre negó su responsabilidad y llegó al descaro de decir que como los soldados provenían en su mayoría de estratos 1 y 2, lo cual seguramente era cierto, éstos no tenían ni idea de cómo usar los cubiertos ni siquiera el baño y por esa ignorancia habían malinterpretado sus órdenes y habían cometido los crímenes. Hoy, después de mucha presión social y una abultada recopilación de pruebas, pusieron a este general contra las cuerdas.

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Cabe reflexionar en este punto sobre la degradación a que ha llegado la sociedad colombiana donde pedir ‘carrotanques, chorros, ríos de sangre’ haya sido una norma difundida en los cuarteles y cumplida como si se le estuviera prestando un gran servicio a la patria. Un sujeto de estas características era visto como un héroe, un adalid y referente de rectitud y comportamiento ejemplar. Sin embargo, detrás de esa máscara de hombre probo se esconde un sicópata o peor un sociópata temible, capaz de cometer, o de ordenar crímenes en serie y a sangre fría.

Para estos individuos no existe la culpa, existen seres humanos que no deberían vivir simplemente porque no encajan en su estereotipo de personas de bien. Con seguridad jóvenes con determinados cortes de cabello, tatuados, negros, indios, sucios o mal vestidos de acuerdo con su molde preconcebido, de manera que matarlos no es un acto repudiable sino un servicio de limpieza social. Así han bautizado esa infame práctica.

Quienes han prestado servicio militar saben lo que significa que los mandos medios y en lo posible los altos, los tengan en cuenta como buenos elementos para sobrellevar mejor las duras condiciones del cuartel, de manera que destacarse por la crueldad para hacer parte de un escuadrón de la muerte, puede incluso considerarse un honor y se sabe de relatos y confesiones de expolicías y exsoldados que borrachos se enorgullecían de ‘el paseíto’. Una especie de bautismo de sangre para los recién ingresados, consistente en escoger a un indigente y asesinarlo. Sucedía hace unos 40 años. No se sabe si la práctica habrá continuado, pero por lo que acaba de pasar con el general Montoya, todo parece indicar que siguió y nada ha cambiado.

*Magister en Economía

Universidad de los Andes

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