QUO VADIS HOMO SAPIENS
Por: Manuel Álvaro Ramírez R. Magíster en Economía
El capitalismo surgió de las cenizas del feudalismo y sobre la sangre y las lágrimas de la clase obrera que en sus inicios incluyó ancianos, mujeres y niños sin distinción, todos eran inmisericordemente explotados en las nacientes fábricas que potenciaron las fuerzas productivas y las llevaron a un nivel de desarrollo sin precedentes en la historia. Se acumularon riquezas fabulosas y no se escatimó en crímenes para la acumulación del capital. El encuentro accidental de América, le inyectó buena parte de los recursos financieros necesarios para el posicionamiento del capitalismo como modo de producción más avanzado hasta entonces.
Posteriormente, la acumulación de capital, la electricidad y los grandes inventos del siglo XIX fue dando origen, primero a los monopolios y luego al capital monopolista de Estado, es decir el modo de producción donde el Estado funciona como aparato al servicio exclusivo del capital financiero y de los monopolios. Estas dos fases se caracterizaron por la explotación de la clase obrera por parte de la burguesía y la solución a esta contradicción de clases era, según Marx, la destrucción del Estado Burgués y la construcción de un nuevo sistema en el cual el Estado se iría extinguiendo hasta desaparecer por completo.
Hasta aquí un resumen de cómo la Economía Política y el Materialismo Histórico explican la evolución de la economía y de la sociedad. Sin embargo, la humanidad ha llegado a un estado de cosas paradójico, contradictorio, disparatado y absurdo. Un delincuente es elegido presidente de los Estados Unidos y estará asesorado por personas que no ocultan su talante abiertamente fascista, racista y clasista que es todo en uno. En Argentina un tipo esquizofrénico, que hizo campaña con una motosierra, era aclamado mientras prometía reducir el Estado a su mínima expresión y una vez elegido, mediante una violenta arremetida contra todo lo que fuera gasto social, logró reducir el déficit fiscal y la inflación galopante, dejando miles de desempleados y a los más débiles sin los servicios que antes prestaba el Estado.
Pues esa es nuestra realidad contemporánea o quizás ya sea hora de irle buscando un nombre adecuado, porque la era atómica quedó atrás. Hoy, la llamada superestructura ideológica refleja la base económica de una manera impresionantemente clara y quizás nunca antes fue tan evidente el poder de los medios de comunicación y las microempresas religiosas como mecanismos de sometimiento.
Las personas repiten los titulares de televisión, sus referentes son influencers o creadores de contenido, las aspiraciones de la juventud están orientadas a convertirse en youtubers, al éxito sin esfuerzo y los gustos musicales han caído a la banalización de la vida misma, a la trivialidad del sexo al empoderamiento de la ordinariez. Quizás se nos podría responder que quienes estamos en la orilla opuesta nos resistimos a entender que es una forma de enfrentar el poder, pero basta con poner atención las simpatías políticas de las estrellas del reguetón para comprobar que estas nuevas tendencias vulgares son usadas para que las clases dominantes apuntalen su influencia y no sientan amenazado su dominio del poder a partir de estas expresiones.
Anteriormente, la salida planteada como alternativa a ese estado de cosas injusto era la unidad de los trabajadores para enfrentar a los capitalistas como clase social, pero esa opción es prácticamente imposible ahora que ni siquiera se cuenta con la proximidad física de los trabajadores porque mucha gente trabaja hoy desde las casas o han surgido nuevas formas de explotación y nadie sabe quien realmente es su empleador, gracias a los call centers, a la tercerización del trabajo y a la proliferación de formas de contratación que hacen desaparecer la relación patrono trabajador. Un nuevo tomo de El Capital está pendiente de escribirse.