Opinion

ODIO VENTIAO

Por Lizardo Figueroa

Hay mucho de qué enorgullecernos los colombianos; hemos de estar agradecidos por la benevolencia infinita del Creador al regalarnos esta tierra.

Sin embargo, en nuestra condición humana finita, hemos de reconocer ciertas limitaciones y falencias, prejuicios y costumbres, que hacen casi imposible la convivencia y frenan dramáticamente nuestro desarrollo como sociedad.

Conductas heredadas de nuestra ascendencia, que desde siempre se convirtieron en poderosas talanqueras.

Condición humana ha sido odiarnos; la alegoría bíblica de Caín y Abel, las guerras milenarias entre pueblos, los destierros y las trashumancias, el mismo drama de la pasión y muerte de Jesús el Cristo, son ejemplos del martirio fratricida. No resulta difícil saber por qué somos proclives a odiarnos entre hermanos.

Desde la mal llamada conquista hasta nuestros días, el odio ha lacerado y segado muchas vidas, particularmente desde el mal hígado politiquero; las pasiones partidistas han sido el pretexto para agredirnos; la ignorancia ha sido manejada con especial maestría, para convencernos de que agredirnos y hasta matarnos por intereses mezquinos de gente ajena a nuestra vida, dizque está bien.

Y sí, padecemos el síndrome de Caín, el hermano de Abel, quien por envidia y resentimiento acabó con su hermano.

En pocas naciones de la tierra aún hay fratricidios; desventuradamente Colombia pertenece a ese triste lastre compartido con los hutus y tutsis en Ruanda y Burundi, los jausa y los yoruba en Nigeria y otros grupos en el Delta del Níger, todos en África, pertenecientes ni siquiera al subdesarrollo.

El exterminio entre hermanos Palestinos, la guerra por territorialidad Rusia- Ucrania y la más reciente: los colmillos nucleares entre Israel e Irán, que engrosan las estadísticas de muerte y desolación.

Las ambiciones de poder, la avaricia, el latrocinio y demás desgracias, degeneran en odios profundos y perdurables en el tiempo; en esos lares, quienes se hacen al poder político y económico, matan por inanición a sus fraternos; los odios son escandalosamente crueles.

Y mientras, en nuestra tierra bendecida, exageradamente rica en recursos, la gente, en determinadas regiones e incluso en los centros urbanos, se mata miserablemente.

Parodiando pudiéramos decir que son nuestros deportes favoritos el tiro al otro, el tiro al pichón, el lanzamiento de balas, la coca, el trompo de poner, el salto triple a la ley, en fin.

¿Qué habría de hacerse, Dios del cielo, para desterrar y para siempre el odio maldito que nos consume como Nación?

Casi cocinados en el caldo del odio politiquero, un muchacho humilde, trabajador y honesto, hace vibrar y gritar de júbilo a 50 millones de colombianos; el golazo de nuestro futbolista Lucho Díaz frente a la selección del varias veces campeón del mundo, es un bálsamo que nos alivia.

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