A propósito de las pasadas elecciones

Por Jorge Armando Rodríguez Avella

Los comentaristas de las grandes cadenas radiales y los de la llamada gran prensa se desbocan expresando sus ‘análisis’ y que, a manera de desquite, por haber perdido el Gobierno central, proclaman el gran fracaso de la izquierda gobernante. Dejan de lado que, precisamente, esa izquierda llegó a la presidencia como resultado de la gran desigualdad existente en un país que ocupa el segundo lugar como el más desigual en América. Con las cifras de la tenencia de la tierra que siguen provocando escalofrío en sociedades modernas, que realizaron sus reformas agrarias hace ya mucho tiempo, pero que aquí sigue siendo un factor fundamental de violencia, despojo y hambre. Según la organización no gubernamental inglesa Oxfam, en Colombia solo el 1% de la población es propietaria del 80% de la tierra.  

De acuerdo con la periodista y economista Cristina de la Torre Los 7,2 millones de hectáreas de tierra óptima para agricultura están casi por completo desaprovechados o dedicados a ganadería extensiva. En Sucre, nueve clanes familiares son dueños del 55 % de la superficie del departamento. (El Espectador 31/10/2023).

La visión de los comentaristas que dejan de lado que la corrupción volvió a instalarse y con mayor protuberancia en ciudades como Medellín, Barranquilla, Cali. Y, por supuesto, Bogotá donde el vástago Galán salió electo, pese a que forjó su carrera aliado con los clanes corruptos de la Guajira y el Cesar, cuando era el que mandaba sobre los avales del partido Cambio Radical.

Y sobre el Pacto Histórico hay que realzar su gran desorganización y, en muchos casos, la ausencia de norte que acompaña a sus activistas y a la desorganización que desde Bogotá les pudo más que una racional directriz organizativa. Según fuentes, a pocas horas del cierre de inscripciones, aún estaban decidiendo a quiénes otorgarles los avales y si iban en listas abiertas o cerradas. Lógicamente esas incertitudes les acarreó grandes equivocaciones y desaciertos.

Según nuestra forma de interpretar, la cargadilla que ejercieron los periodistas, voceros de los banqueros propietarios de los medios para los que trabajan, hacia candidatos alternativos se asemejó mucho a las presiones que ejercían, con sus preguntas, al entonces candidato Gustavo Petro.

Muy acertadas las apreciaciones de los columnistas Daniel Samper Pizano y Ramiro Bejarano cuando se refirieron a este crucial tema. Sobre todo, cuando se refieren a una entrevista que realizaron dos periodistas a los candidatos a la alcaldía de Bogotá. La inquina demostrada por los comunicadores contra el candidato Bolívar, al insistirle sobre su participación en el financiamiento de la ‘primera línea’ y el ofuscamiento del candidato por tanta insistencia porque, luego de meses de campaña, le resultaba inconcebible a Bolívar que los periodistas ignoraran las reiteradas aclaraciones y fallos de tribunales que se han proferido al respecto. Su enojo, justificado, según Samper y Bejarano, lo expresó formulando una seria crítica a la prensa que deja de lado el contexto para dar paso a sus inclinaciones partidistas por los demás candidatos.

Las reclamaciones hacia Bolívar salieron de inmediato a flote, como si la prensa fuera intocable. Es cierto que el periodista puede preguntar, y es su deber, sin embargo, también es su deber suministrarle a su principal y verdadero jefe, que es el público, una información de calidad y veraz. Sin ocultamientos, como pretendían los periodistas: imposible que ellos ignoraran el contexto y las declaraciones aclaratorias hechas desde meses atrás y en permanencia, que había realizado Bolívar.

Los periodistas somos orientadores hacia la obtención de la verdad a la que tiene derecho la ciudadanía pero, igualmente, podemos y debemos ser objeto de críticas por parte de los ciudadanos que reclaman, desde siempre, más contextualización e investigación en la información por parte de la prensa en general.  

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