AHÍ ESTÁN PINTADOS

Por: Rafael Antonio Mejía Afanador
Creo que casi todos hemos pasado por esta etapa, que parece más una ecolalia, pero por escrito: nos divertimos haciendo rayones, dibujos y demás. ¿Y la primera víctima es? Exacto: el pupitre y obvio, a escondidas del profesor porque una pillada significaba reparar el pupitre completo y la sermoneada o paliza en la casa. Después ‘evolucionamos’ a las paredes, los más fregados les dedicaban sus cariñitos, en los baños, a los profes que les caían gordos, los menos, escribían tiernamente el nombre de su dulcinea, pero era la pared la que llevaba del bulto. Por eso la señora Emma, mi primera profesora, nos decía y recontra decía que “la pared y la muralla son papel para el canalla”.
La palabra “canalla” siempre se me ha hecho muy fuerte, así que, por lo menos yo no pasé de la etapa del pupitre… hasta que la costumbre desapareció por sí sola. Y me han parecido desde siempre detestables, cobardes y lobos esos letreros que algunos asimilan al arte.
Escarbando, escarbando, conseguí por ahí una definición de arte que me fascinó: “Es una forma de expresión humana que busca comunicar ideas, emociones o visiones del mundo a través de medios estéticos y creativos. No se limita a la habilidad técnica, implica intención, respeto por el entorno y conciencia del impacto social. Me gustó por el último pedacito: respeto por el entorno y conciencia del impacto social.” Buenísima, ¿verdad?
Cuando el arte se desarrolla en un espacio público, se debe tener en cuenta que éste pertenece a todos. Creo que ni Picasso ni Rembrandt se hubieran atrevido a payasear la pared de un monumento nacional o una construcción antiquísima con el cuento de la libre expresión, porque entre otras cosas, aunque la libertad de expresión es un derecho fundamental no es absoluto.
En Bogotá existen unas orientaciones legales para regular esta actividad sin que se coarte el derecho a expresarse y no termine como el caso del muchacho Diego Becerra, que murió por balas del estado cuando pintaba un grafiti hace ya 14 años. Ninguna muerte, y menos la de un joven que hasta ahora empieza a vivir, es justificable desde ningún punto de vista, así hubiera hecho el grafiti dentro de la capilla Sixtina. Es una falla gravísima de nuestra sociedad.
Lo maluco del grafiti y de otras expresiones de arte urbano, no es la expresión per se. Tiene más que ver con las circunstancias de modo, tiempo y lugar en las que esta actividad se esté desarrollando.
Algunos grafitis, los llamados tags, throw -up, wild style y otros, tienen orígenes antiquísimos, más o menos desde el imperio romano y han tenido su evolución. En Pompeya, para no ir tan lejos, había unos que harían colorear a Trump y Bill Clinton. Esta evolución ha llegado hasta lo que hoy se conoce como arte urbano, con una potente influencia de Andy Warhol y Jean-Michel Basquiat, un gringo bacán de origen haitiano que fue uno de los máximos representantes del neoexpresionismo y arte urbano de los años 80. Eso sí, vale la pena aclarar que, tanto los pompeyanos, como Warhol y Basquiat eran artistas en todo el sentido de la palabra, no vándalos dedicados a rayar paredes porque ajá.
Bueno también aclarar que dentro de la expresión grafitera los hay legales e ilegales. Actualmente el grafiti tiene cierto halo de ilegalidad que más adelante explicaré, pero de todas formas no nació como arte ilegal, sino como una forma espontánea de comunicación en muros y paredes desde la antigüedad. Más tarde, evolucionó a símbolo de identidad juvenil, protesta social y creatividad urbana, hasta convertirse en una de las manifestaciones culturales más influyentes del siglo XX y XXI.
¿Por qué el grafiti ilegal tiene más mala fama que las fiesticas de Jeffrey Epstein? Les cuento: por allá a finales de los años sesenta un psicólogo llamado Philip Zimbardo hizo un experimento social para estudiar algunos aspectos del comportamiento humano. Al resultado se le llamó La teoría de las ventanas rotas. El hombre dejó en la calle dos autos sin placas, de igual modelo, marca y color, con el capó abierto como si hubiese sido abandonados. Uno lo dejó en el Bronx, Nueva York, y el otro en Palo Alto, California. El Bronx, una zona de alta criminalidad y Palo Alto, zona, como su nombre lo indica, de dedo parado. Y adivinen: el del Bronx a las pocas horas estaba el solo esqueleto, totalmente desvalijado y con vulgaridades escritas con aerosol. El de Palo Alto permaneció intacto durante varios días hasta que el mismo Zimbardo fue y le rompió una ventana. A partir de ahí, otro vidrio y otro, hasta que quedó igual al del Bronx.
El experimento sirvió para significar que los signos visibles de abandono o desorden, como una ventana rota, un auto dañado o paredes grafiteadas pueden fomentar comportamientos antisociales ya que transmiten la sensación de que “a nadie le importa” y que no hay consecuencias. Esta teoría tuvo una gran influencia en políticas de seguridad urbana, especialmente en ciudades como Nueva York.
Los grafitis ilegales como firmas, rayones o mensajes ofensivos, dan una inmensa percepción de desorden y suelen ser interpretados como señales de que el espacio no está siendo cuidado ni vigilado. Esto genera una sensación de impunidad, que a su vez puede alentar otros comportamientos antisociales como el vandalismo, el robo o el consumo de drogas en la zona. En el marco de la teoría de las ventanas rotas, estos signos visibles de deterioro desencadenan un efecto dominó: si nadie limpia el grafiti, ¿quién impedirá que rompan ventanas o roben?
Obviamente, Sogamoso no se escapa a esta ola ‘artística’ que deteriora, afea y genera percepción de inseguridad en ambientes que son para todos. Algo va de los murales que están haciendo en Mochacá a los rayones inmundos que hay una cuadra abajo en las paredes de la capilla del Cristo o en cualquier pared que se les atraviese.
A estos ‘artistas’ del grafiti ilegal se les debe educar (y lo mejor, empezar desde la casa) y generarles espacios de expresión válidos sin que afecten los entornos y espacio públicos. Las reincidencias deberían ser castigadas con multas. Ciudades como Bonn, en Alemania, gasta anualmente ¡90 mil euros! para deshacer lo que pintan estos muchachos.
Uno ve esos mamarrachos y piensa, ¿qué tienen en la cabeza estos chicos? Escarbando en la red, encontré estas posibles motivaciones: Búsqueda de identidad y expresión, necesidad de pertenencia, rebeldía y oposición a la autoridad e impulso creativo: para algunos, es principalmente un medio artístico, aunque se realice fuera de los canales legales.
También es posible observar algunos aspectos psicológicos como impulsividad, búsqueda de adrenalina y emoción, sensibilidad al reconocimiento, ambivalencia frente a la norma o exploración de límites.
De todas formas, muchos estudios y teorías urbanas —incluyendo la de las ventanas rotas— sugieren que los grafitis no autorizados o de tipo vandálico contribuyen a una percepción de abandono, desorden o inseguridad en un entorno urbano. Las fachadas de los edificios son la cara de las ciudades. Y obvio, de sus administradores. Uno llega a pensar, si eso es lo que se ve, cómo será lo que no. En otras palabras, uno podría decir de ciertos alcaldes que… ahí están pintados.


