Opinion

COLOMBIA PASA AL TABLERO

Por: Manuel Álvaro Ramírez R.

Que las relaciones con los Estados Unidos de Norteamérica no serían fáciles, lo sabíamos desde cuando el Presidente Gustavo Petro se paró ante la Asamblea General de Naciones Unidas y mostró el fracaso de la llamada lucha contra las drogas, pero sobre todo cuando asumió el presidente Donald Trump y designó como su secretario de Estado a Marco Rubio, un representante de lo que los cubanos llaman despectivamente ‘La Gusanera’, queriendo significar exiliados añorantes de Fulgencio Batista, el dictador al que los combatientes del Movimiento 26 de Julio expulsaron del poder la noche de año nuevo de 1959.

Estados Unidos se ha arrogado desde el final de la Segunda Guerra Mundial el papel de cancerbero del capitalismo mundial en general y de la plutocracia en particular. Aunque desde mucho antes actuaba como matón del pueblo, y al mejor estilo de Billy The Kid, se ocupaba de someter por la fuerza a todo aquel que consideraba una amenaza a su hegemónico poder.

Fue así como se robaron Panamá en 1903, invadieron Nicaragua en 1912 y no ha habido un solo país latinoamericano donde los Estados Unidos no hayan intervenido directa o indirectamente. Son famosas las dictaduras de Anastasio Somoza, padre e hijo, Alfredo Stroessner en Paraguay, Juan María Bordaberry y Gregorio Álvarez en Uruguay, Efraín Ríos Montt, Manuel Estrada Cabrera y Jorge Ubico en Guatemala, Francois y Jean-Claude Duvalier padre e hijo respectivamente en Haití, Leonidas Trujillo en República Dominicana, Augusto Pinochet en Chile y Jorge Rafael Videla en Argentina, son sólo algunos nombres recordados con horror en cada uno de sus países y absolutamente todos apoyados por la nación del norte.

Colombia tuvo a Gustavo Rojas Pinilla pero hubo dos mandatarios elegidos democráticamente que usaron el terror como mecanismo de sometimiento de la sociedad: Julio César Turbay Ayala célebre por imponer el Estatuto de Seguridad, prácticamente copiado del régimen de Pinochet y Álvaro Uribe Vélez que en nombre de su Seguridad Democrática un general Montoya pedía corrotanques de sangre, estos dos mandatarios sumieron a Colombia en uno de los más escabrosos terrenos de la ignominia. Todos ellos contaron con el beneplácito del Gobierno norteamericano.

Pero llegó Gustavo Petro quien había militado en el Movimiento 19 de Abril M-19 y luego de más de 30 años de haber cumplido el acuerdo de paz que el Gobierno firmó con ese movimiento, supo interpretar la frustración de un pueblo harto de la corrupción, del paramilitarismo, del narcotráfico encumbrado en las más altas esferas del poder, de los asesinatos a los opositores, de la persecución a periodistas, de la criminalización de la protesta social, de la estigmatización y los perfilamientos, en fin, de la degradación a donde la derecha había conducido a la Nación durante más de doscientos años de gobiernos corruptos y venales.

Petro no sólo comprendió el momento histórico sino que se venía preparando desde hacía por lo menos 30 años según se lo manifestó a Yamid Amat en una entrevista en la cual manifestó abiertamente que quería ser presidente y para eso se estaba formando y aprendiendo en su quehacer, primero como parlamentario durante más de 23 años y luego como alcalde de Bogotá. No ha habido un mandatario que haya estudiado tan a conciencia este país y su sociedad como Gustavo Petro

Ahora resulta que el Gobierno gringo, que no mueve un dedo para detener las toneladas de droga que llegan a las calles de las grandes ciudades, que se lucra de las pingües ganancias que van desde la distribución hasta el lavado de activos y de lo que le cobran a los extraditados a cambio de una pena simbólica, ese mismo país, descertificó a Colombia porque supuestamente el presidente Petro ha carecido del liderazgo requerido según los estándares norteamericanos en la lucha contra las drogas. Petro, precisamente quien puede presentar cifras récord de incautaciones de cocaína pero eso a los norteamericanos no parece importarles. Y la verdad no les importa porque se trata de aplicar un libreto escrito a muchas manos de allá y de acá. Un libreto que bien leído pretende sacrificar la soberanía nacional con tal de defenestrar a un gobierno legítimo, que no está dispuesto a arrodillarse y eso a los mandatarios norteamericanos les disgusta y a los criollos les incomoda porque, qué pena con el señor Trump.

A lo anterior se suma la decisión del Consejo Nacional Electoral de impedir la unidad del Pacto Histórico con el resto de partidos y movimientos de izquierda, con el fin de debilitar la unidad del poder popular. No obstante, este es precisamente el momento  de respaldar al único gobierno que gritó lo que muchos sentimos y que acaso por ese temor reverencial en el que se nos educó, jamás nos habíamos atrevido a expresar siquiera a sotto voce: gringos go home, sons of a bitch.

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