Opinion

CAZADOR CASADO

Por: Rafael Antonio Mejía Afanador

Vamos a alejarnos un poco del tema de elecciones, política y demás yerbas para centrarnos en las estafas, o mejor otras estafas.

Todos en la vida hemos tenido un amigo o pariente tumbador. Se da hasta en las mejores familias. Las tretas van desde las más burdas hasta las más sofisticadas. Hay desde caritas de dolorosa con “rifas, juegos y espectáculos” hasta las más elaboradas tumbadas con rendimientos financieros exorbitantes, viajes que no llegan a ninguna parte, lotes o apartamentos sobre planos: La habilidad del humano para meterle la mano al dril de otro humano no tiene límites. Imagínense que un vivo (no era colombiano, no se preocupen) en la década de los felices años 20 del siglo ídem, logró venderles a unos que se las daban de vivos nada menos que la torre Eiffel. Y como el caballero repite, pues lo volvió a hacer. Hay que anotar que ninguno de los estafados se atrevió a poner la denuncia por pura vergüenza.

Otro vivo, esta vez gringo, tumbó a Raimundo y todo el mundo haciéndose pasar por piloto de Pan Am, médico y hasta abogado con entrada a la barra estatal con examen y todo. Lo atraparon en Montpellier, Francia, donde jugó alguna vez el Pibe Valderrama, cuando le dio por utilizar su verdadero nombre para estafar con unos cheques. La historia completa está en la película Atrápame si puedes, con Tom Hanks y Leonardo DiCaprio. Súper recomendable. 

Lo que hoy llaman “ingeniería social” es lo que antes era la “malicia indígena”. Se estudia muy bien el comportamiento de las potenciales víctimas y se llega a la conclusión de que para tumbar al paciente no es más que enfocarse en dos características que se parecen a las ronchas: entre más se rascan más roncha sale y entre más roncha hay, más ganas de rascarse dan. Estas dos características son: la curiosidad y la codicia. 

Pues venga les cuento que, usando esos dos pecadillos, los estafadores hacen caer a la gente al enviarle enlaces con tentadoras ofertas, rebajas, regalos y demás. 

La última, o una de las últimas –porque para cuando se publique este artículo ya habrá salido otra– es mediante las famosas llavecitas de Bre-B. Hay bancos que rifan, por ejemplo, un carro, otro, viajes a la costa, con todo incluido, etc. Lo primero que hay que tener en cuenta es que, si un banco me va a regalar algo, mmmmmmmm, ¿a cambio de nada? De no te lo puedo creer. Decía una vez un amigo a un funcionario bancario: ¿Por qué el banco amarra el bolígrafo? ¿Acaso el ladrón soy yo? Échenle cabeza… pensar es gratis.

Pero hagamos un acto de fe y pensemos que los bancos son honrados (no se rían por favor). Lo realmente peligroso es cuando usted, en su llave de recepción, que puede ser su número de celular, de identificación o de su cuenta recibe un giro. A usted le avisan del giro o remesa por medio de un mensaje de texto al celular. Si la persona está realmente esperando un dinero debe contactarse con su supuesto girador y verificar si le enviaron alguna cantidad de plata. Usted puede verificar directamente en la plataforma del banco y en ningún caso abrir el mensaje de texto. Ahí en esa jugadita está la estafa. Muchos curiosos abren el mensaje, le dan clic en el link y adiós ahorros. 

Igualmente, por medio de estos mensajes de texto lo anuncian a uno como el feliz ganador de una buena suma de dinero. Yo tengo ahorrados 30 millones en dos mensajitos de esos. Toca, de una, borrarlos, ojalá sin abrirlos. Están advertidos, no se debe abrir ningún enlace en los mensajes de texto así vengan de su santidad León XIV, de la mujer o de la suegra. ¡Nada! hay que borrarlo. Sobre todo, el último.

Hay modalidades que se aprovechan muy bien de la curiosidad, otras de la codicia y otras explotan muy bien la ingenuidad. Alguna vez a mi correo llegó un mensaje del Banco de Bogotá diciéndome que se había descontado de mi cuenta una suma de dinero, que si aprobaba la transacción de una compra online. Ojo: más abajito decía que si yo NO era el comprador, que por favor entrara al siguiente link para cancelar la compra. Como es fácil observar inducen al ‘cliente’ a entrar al link para verificar si uno en verdad hizo esa compra. Hay gente que cae porque le da miedo de que les hagan algún descuento. Yo no caí porque entre otras, no tengo cuenta en ese banco y jamás abro un link.

Los bancos y las empresas proveedoras de seguridad informática dan muchas recomendaciones técnicas para no caer. Yo escasamente sé prender el computador, pero el sentido común me dice que yo no me voy a ganar una rifa para la cual no he comprado la boleta y siempre recuerdo aquel dicho que dice “de eso tan bueno no dan tanto”. Con sólo sentido común y dejando la codicia y la excesiva curiosidad y no andar cazando imposibles, es probable que resulte mejor ser cazador casado que cazador cazado.

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