Opinion

¿SE PUEDE SIN ROBAR?

Por Lizardo Figueroa

Los recurrentes escándalos de corrupción que se conocen cada rato en Colombia, pareciera que se han convertido en parte del paisaje nacional.

Cada destape de robo descomunal al erario, dinero de todos, supera al anterior; los medios lo convierten en titulares y noticia del día, que a más tardar a la semana siguiente se olvida, hasta el próximo evento de latrocinio.

No somos los únicos en padecer este flagelo protagonizado por la politiquería y la burocracia corruptas, aunque a la luz de la experiencia, sí el único país que poco y nada se indigna, mortifica y provoca dolor de patria.

El tumbe multimillonario a los colombianos, además de noticia que se olvida, se convirtió en tema de ataques entre precandidatos, algunos con refundida y poca vergüenza.

Apartándonos de la politiquería recurrente para tratar un asunto tan grave, quedémonos en los hallazgos informados por la entidad oficial autorizada, como lo es la Contraloría General de la Nación, que de verdad mueven a indignación.

¿Cómo una clase privilegiada de servidores públicos expolia los dineros del Estado de manera descarada, amparados en la impunidad?

Es que es exponencial el monto que los cacos de cuello blanco se embolsican, billones de pesos que justo son los faltantes de los servicios esenciales que necesita la inmensa mayoría de ciudadanos, como la educación, la salud, el saneamiento ambiental y la infraestructura en general del Estado.

Cualquier país ligeramente digno, se avergonzaría frente al mundo con semejante cuadro de infamia; reaccionaría con valor y decisión para hacer asepsia política en las urnas.

La bellaquería se agrava cuando los ocasionales condenados, desde sus casas por cárceles, siguen haciendo de las suyas por interpuestas personas, generalmente de su entorno familiar, en un cinismo olímpico. Descorazona el alma ciudadana este espectro miserable e impúdico de echarle uña a lo ajeno.

Pero más lamentable aún es la ignorancia o la perversidad de tantísima gente que alcahuetea eligiendo y reeligiendo tanto parásito incrustado en las instituciones.

Hemos de pasar esta eterna página de ratería al por mayor, de tanto ladrón corbatudo mediocre y sin hígados, que nos tienen atados al subdesarrollo y al atraso en pleno siglo XXI.

Distanciados y bien lejos de las pasiones politiqueras estériles, convendría escuchar con atención a cada uno de quienes aspiran a gobernarnos, sus retos mayores, sus capacidades, trayectoria y sobre todo y por encima de todo, su solvencia ética, que debiera prevalecer en su elección.

Estamos a tiempo de ver y escuchar, de sopesar, de analizar, para en un gesto de dignidad y patriotismo, saber elegir el próximo año, que ya llega.

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