Opinion

Colombia, una sociedad enferma, en cuidados intensivos

Dos noticias para destacar esta semana en Colombia. La una, el espeluznante relato del exdirector de la cárcel Modelo de Bogotá, William Gacharná sobre la forma como desaparecían a los internos en sus narices y la confesión del secreto a voces de los vínculos de la fuerza pública con los grupos paramilitares, que hizo el coronel en retiro Hugo Aguilar, quien aceptó su colaboración con los paramilitares cuando estaba en servicio activo, relación que cultivó y aprovechó para constituir una fuerza política de las más importantes en el departamento de Santander de donde es oriundo. Comencemos por esta última.

El coronel Aguilar se hizo mundialmente famoso por ser supuestamente quien le dio el tiro que acabó con la vida de Pablo Escobar, un hecho dudoso pero la foto frente al cadáver del narcotraficante sirvió para mostrar al coronel como el adalid de la lucha contra la mafia, que hoy él mismo desmiente y acepta haber sido realmente parte integrante de ella.  

Lo confesado por Aguilar es una verdad que, lo único que tiene de novedoso es el valor probatorio para la justicia, porque desde hace mucho que se habla del clan Aguilar como un grupo mafioso enquistado en el poder del departamento. No es gratuito que uno de los hijos del coronel, Richard, haya sido procesado por corrupción, pero, como es lo usual en estos casos, salió por vencimiento de términos. El otro hijo ha sido investigado por presuntos vínculos con grupos paramilitares. Es, como puede verse, una familia ejemplar.

La otra noticia corrió por cuenta de un exdirector de la cárcel Modelo de Bogotá quien reveló los niveles de descomposición a que se llegó en esa institución penitenciaria. Desde su propia designación, “al tener que presentarse ante Juan de Jesús Pimiento “Juancho Diablo” para que diera el visto bueno para su llegada a la dirección”. Leyó bien, el postulado al cargo tenía que pedirle permiso a un recluso para que aprobara su candidatura como director y le permitiera posesionarse.

Pero si eso de por sí ya es escandaloso, lo peor, es lo que cuenta respecto de las prácticas al interior del penal. Según la confesión desaparecían internos y sólo se daban cuenta cuando alguien era solicitado para una diligencia judicial y “no se sabría nada de su paradero porque sólo hasta el 2004 se estableció la obligatoriedad de que un recluso fuera identificado con nombre y cédula” (Sic). Pero si esto nos produce asombro, quizás no es nada comparable a la forma escalofriante en que relata cómo desaparecían esas personas.

En efecto, las modalidades van desde la disolución en ácido clorhídrico, hasta la increíble y dantesca práctica de cocinar las víctimas en las marmitas utilizadas para la preparación de los alimentos en la penitenciaría, hasta que se deshicieran sus tejidos y agregó “Había una microempresa promovida por los paramilitares que era de embutidos, salchichones, carne de hamburguesa que decían que la fabricaban con carne humana”. Toda esta información la divulgó La W bajo el título ‘La cárcel sin ley: exdirector de La Modelo asegura que habría fosas comunes en ese penal’ (Consultada el 25 de enero de 2024).

Ante esta realidad que nos sacude y nos conmueve es necesario reconocer que la colombiana es una sociedad enferma, algo estamos haciendo mal, muy mal: un departamento elige a un delincuente para que lo gobierne, cae preso el padre y se elige primero a un hijo quien también va a prisión y se vuelve a elegir a un hermano de este último. Y en otra parte de la geografía, un criminal tiene que dar su beneplácito para que se nombre un director que le complazca mientras al interior de la penitenciaría se descuartizan y cocinan seres humanos para consumo antropofágico. ¿De verdad estamos condenados a seguir gobernados por el paramilitarismo?

Manuel Álvaro Ramírez R.
Magíster en Economía

Universidad de los Andes

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