En medio de los Medios

Buena parte del país quedó sorprendido ante las imágenes de los encapuchados amenazantes de un grupo de personas campesinas desarmadas en Tierralta, Cordoba. Las imágenes, que circularon por redes sociales, parecían sacadas de alguna película tipo Rambo o que hubieran sido grabadas hace unos años, cuando los paramilitares hacían de las suyas con la mayor “normalidad” para esas épocas. Sin embargo, lo sucedido fue hace unos días y también resultó que se trataba de militares del Ejército, en servicio activo.

Ha habido reacciones, algunos hasta pidieron la renuncia del comandante del Ejército, como lo escribió el veterano periodista Alberto Casas Santamaría: “Es imposible un episodio más repugnante, más estúpido, más escandaloso que el acontecido en el Alto Sinú”. Antes de este ‘episodio repugnante’ a ningún opinador de la categoría de Casas Santamaría pidió con tanta vehemencia y asombro la renuncia de ningún uniformado. Más bien, lo impensable y verdaderamente asombroso fue el hecho de que el mismo Ejército, en menos de 36 horas, reconoció que los encapuchados eran militares.

Sobre este “episodio” nos habla la periodista Cecilia Orozco Tascón en su columna de El Espectador. Además, nos recuerda –para refrescar la memoria de algunos— otro repugnante que sucedió en marzo de 2022 sobre el que nadie dijo ni mu, ante la negativa de reconocer los asesinatos que cometieron miembros de ese mismo Ejército, en Puerto Leguízamo. 

Militares de las capuchas, ¿a quién obedecen?

Por Cecilia Orozco Tascón. El Espectador19 de septiembre de 2023

Zapateiro se paró frente a la cámara y, pletórico de energía, como le gustaba parecer cuando lo miraban para sentirse todo un macho militar, calibró su voz en el tono más firme que pudo y dijo: “Nada de esto es producto del azar. Esta operación se debe al trabajo conjunto (del Ejército) con la Armada Nacional y la Fuerza Aérea Colombiana. Y de forma interagencial, con el CTI, planeada y, doctrinalmente como debe ser, bajo el estricto respeto por los derechos humanos…” (ver). Diego Molano, entonces ministro de Defensa, haciendo suyo el lenguaje belicista impuesto, más que por los uniformados, por los civiles en el poder, cobró el golpe: “#ATENCIÓN Gracias a operaciones ofensivas de la Fuerza Pública (…) contra disidencias de las FARC, neutralizamos a 9 criminales y capturamos a 4 más en Puerto Leguízamo, Putumayo. Protegemos a Colombia de estos #SímbolosdelMal” (ver). Iván Duque, jefe de Molano y Zapateiro, no desaprovechó semejante ocasión: “Continúa la ofensiva #SinTregua contra estructuras narcoterroristas (…) En operaciones de nuestra Fuerza Pública se logró la neutralización de 11 integrantes de disidencias de las FARC y la captura de 4 criminales más en Puerto Leguízamo” (ver). Era 28 de marzo de 2022. Casi al anochecer, campesinos de la vereda Alto Remanso, en donde ocurrió “la operación” reportada por Zapateiro, subieron a las redes unas imágenes fraccionadas de lo que sucedía minutos antes del ataque, en un bazar comunal: hombres y mujeres sentados en mesas plásticas, unos dormían sobre estas y otros conversaban animadamente alrededor de muchas cervezas y tragos de whisky, y oían música a todo volumen. También publicaron las escenas posteriores: botellas en el piso, mesas volteadas, sillas rotas, barro y sangre. Los sobrevivientes contaron cómo llegaron, de improviso, unos hombres con prendas negras y capuchas que desataron una balacera contra todo, todos y todas, incluida una embarazada.

A la retaguardia de los encapuchados, que resultaron ser soldados, aparecieron otros militares, estos sí usando prendas regulares del Estado (ver).

Lo que siguió fue el descubrimiento de un episodio de horror, gemelo de los “falsos positivos”: los presuntos guerrilleros “neutralizados”, según los denominaron Duque, Molano y Zapateiro, y los cuatro “criminales heridos” resultaron ser habitantes civiles. A los asesinados les pusieron pistolas y rifles cerca de sus cuerpos y arrastraron sus cadáveres hasta la ribera del río para borrar detalles requeridos en las autopsias. Pero el montaje fue tan burdo que bastó con el arribo de unos periodistas y de las comisiones de derechos humanos para que la verdad quedara expuesta (ver). Pese a los testimonios de las víctimas, los responsables políticos del criminal suceso insistieron en defender la conducta delictiva de sus hombres. Molano se atrevió a trinar que “operativo no fue contra campesinos sino disidencias FARC. No fue contra inocentes indígenas sino narcocaleros, no fue en bazar sino contra criminales que atacaron soldados”. Y terminó retando a Petro, entonces en campaña para la Presidencia, que había publicado sus propios trinos. El hoy candidato a alcalde de Bogotá escribió: “#PetroEmbustero de qué lado está? #OperaciónLegítima” (ver). Pues bien, ahora se sabe que 25 uniformados que participaron en ese criminal acto serán imputados por el delito de homicidio en persona protegida (ver).

Sin embargo, también se sabe que un capítulo similar, aunque sin muertos, sucedió el fin de semana pasado en la vereda Bocas del Manso, en Tierralta, Córdoba. El papel de los atacantes recuerda el de los de Alto Remanso: sujetos encapuchados vestidos con prendas negras aparecieron ante los campesinos del sitio desenfundando sus armas, amenazándolos, humillándolos, tirándolos al suelo y manteniéndolos boca abajo mientras saqueaban sus casas y enseres y abusaban de una joven madre; más tarde llegaron sus compañeros, los militares vestidos con uniforme regular (ver). Esto ha ocurrido en la administración Petro: de la mayor gravedad para el gobierno del cambio. A pesar de que la alta oficialidad con jurisdicción nacional reaccionó pidiendo el retiro inmediato del comandante de la Brigada 11 y de otros 10 uniformados, contrario a la solidaridad criminal del pasado, subsisten preguntas preocupantes: ¿los militares de las capuchas de hoy, tal vez seguidores de aquellos uniformados que se aliaron, en las décadas pasadas, con los paramilitares y los narcotraficantes, obedecen a sus mandos y a su comandante supremo, el presidente de la República? ¿O mantienen cordón umbilical con los “muchos zapateiros” que el general de ese apellido prometió dejar en las filas? (ver).

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