Editorial

Cuando la ruana perdió la decencia

La ruana, símbolo de trabajo, honestidad y orgullo campesino, ha sido degradada por algunos hasta convertirla en simple atuendo de politiquería. Lo que antes encarnaba la identidad boyacense y la dignidad del campo, hoy se usa como disfraz de cercanía por quienes esconden tras ella sus actos de corrupción.

En Boyacá, la ruana ha sido mucho más que una prenda: es símbolo de trabajo, dignidad e identidad. Cada hebra, cada color y cada hilo que la compone cuenta una historia de resistencia campesina, de saberes heredados y de orgullo regional. Sin embargo, en las últimas décadas ese símbolo de autenticidad ha sido convertido en una pieza de utilería política. La ruana, patrimonio inmaterial del pueblo boyacense, se transformó en un disfraz electoral para quienes la usan solo cuando hay cámaras, campañas o actos públicos.

El nuevo político tiene claro que vestirse de pueblo vende. Que ponerse una ruana y tomarse un café en un mercado rural o en una plaza otorga una imagen de cercanía y sencillez. Y esa escenografía se repite después de ser elegidos: en desfiles institucionales, en transmisiones oficiales y en sus redes sociales, donde la ruana sigue sirviendo de telón para proyectar una falsa conexión con el pueblo. Detrás de esa puesta en escena se esconden promesas incumplidas, clientelismo, corrupción y desinterés por los verdaderos campesinos que día a día tejen con esfuerzo la identidad de esta tierra. Así, el símbolo de nobleza se convirtió en máscara, y la identidad boyacense, en disfraz.

La ruana boyacense encarna la sabiduría de generaciones que han sobrevivido al abandono estatal y a la desigualdad. En su sencillez está la esencia de lo que somos. Por eso resulta tan doloroso verla instrumentalizada por quienes la usan sin respetar lo que representa. No se trata solo de un error estético: es una ofensa cultural. Cada político que se arropa en ella para ocultar su falta de ética o su ambición personal está, en el fondo, degradando una parte del alma colectiva del departamento.

La nueva política regional, en buena medida, ha confundido identidad con espectáculo. En los escenarios públicos abundan los discursos sobre amor por la tierra, mientras se aprueban contratos amañados, se perpetúan los clanes familiares y se negocian votos a cambio de favores. En ese teatro, la ruana es el vestuario perfecto: cubre la hipocresía con apariencia de autenticidad. Hoy más que nunca es urgente recuperar el valor simbólico y ético de la ruana. Reivindicarla como lo que siempre fue: una prenda de respeto, honestidad y trabajo. No necesita más actores vestidos de campesinos, sino líderes que comprendan lo que esa ruana representa. Recuperar su sentido original —el de la ruana verdadera, la del campo, la del esfuerzo limpio— es también una forma de limpiar la política y reconciliarla con la decencia. Porque cuando la identidad se convierte en disfraz, la política pierde su esencia; y cuando el engaño se desvanece, la verdad se impone: la ruana auténtica no se hereda ni se compra, se honra.

Este artículo fue redactado con la asistencia de herramientas de inteligencia artificial, revisado y editado por el equipo de redacción de Boyacávisible»

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