DESFILE DE FIN DE AÑO
Todos los años por esta misma época, finales de noviembre, comienzos de diciembre, se produce la gran migración anual de alcahuetes por las rectorías de los colegios y las secretarías de educación, incluida por supuesto la de Sogamoso, para que a los niños les aprueben el año sin que hubieran hecho el más mínimo esfuercito ni por caridad y ‘limorna’.
Da grima ver cómo algunos padres de familia (a decir verdad, madres, porque algunos padres desaparecen al día siguiente del embarazo) hacen su aparición únicamente a fin de año en estas oficinas en calidad de abogados, justificando a unos muchachitos que durante el año la pasaron de bacanería en los colegios, mamándoles gallo a los maestros, irrespetando a Raymundo y todo el mundo y al final de la temporada quieren aparecer con el año aprobado porque ajá. Claro está que dicha situación se aprecia sólo con los alcahuetes porque, vale la pena decirlo, hay padres de familia muy diligentes y pendientes del desarrollo intelectual, académico y moral de sus hijos.
Esos papitos deberían ser más conscientes de que el daño que les hacen a sus hijos es para toda la vida. Este nocivo comportamiento debería estar tipificado como maltrato pues esta clase de mimos no le permite al niño desarrollar las herramientas para que se defienda en la vida y, en un futuro muy cercano, pueda acceder a la educación superior y por ende a una vida laboral digna.
Si da desagrado ver a un padre de familia haciendo las veces de abogado, imagínense cuando el abogado de oficio es ¡un maestro! O cuando de verdad contratan un abogado. O peor, el bufete completo queda en una secretaría de educación. Ahí sí dan ganas de sentarse a llorar. Qué tal lo de mi copartidaria Susana Boreal (se los dejo de tarea).
Es obvio que, como todo en la vida, algunas veces se cometen errores o injusticias que se deben resolver inmediatamente en favor del estudiante, pero en la mayoría de casos lo que hacen los padres es, en el fondo, justificar a sí mismos su inopia parental.
No se necesita ser científico para saber que, si a una persona no se le exige responsabilidad, sentido de pertenencia, entrega y pulcritud en sus deberes (personales, académicos o laborales) será una persona mediocre, fracasada, conformista, manipulable y sin criterio.
Fatal que cualquier institución educativa (como se llaman ahora todas) le venda la idea a algunos muchachos de que es “más o menos bueno” para matemáticas, lectura o ciencias, cuando no lo son y en realidad lo que hacen es pasarles el año “arrastrados” para mostrar una estadística. (Después vienen los resultados en las pruebas de Estado con sus respectivos señalamientos). Una cosa es pasar una materia y otra muy diferente es saberla, dominarla. Los fracasos no son fracasos, son oportunidades para aprender. Necesito a alguien que me contradiga.
Nada en esta vida es gratis, de eso tan bueno no dan tanto: cuando a los niños se les otorgan responsabilidades y se les ponen límites de manera considerada, persuasiva y amorosa y confían plenamente en sus padres, se le están dando las herramientas para triunfar en la vida. Créanme, el día de mañana ellos se los van a agradecer.
Por el contrario, cuando a estas personitas en formación las dejamos crecer como arbolitos silvestres, sin tolerancia al fracaso, frágiles, sin responsabilidades, sin espíritu de lucha y les dejamos la educación, la formación y la recreación al televisor, al celular y a los falsos amigos de las redes sociales, esos niños cuando sean adultos fracasados, adivinen a quiénes les van a echar la culpa y con justa razón. La vida real, fuera de las faldas de la mamá es bastante dura y si los chicos no están preparados para afrontarla, simplemente cualquiera llega y les da tres vueltas. Nuestros chicos merecen mejor suerte.
Así que, mis queridos padres de familia, cuando el fracaso escolar se convierte en una tragedia con lloriqueos, disgustos, demandas y demás, quienes pierden el año no son los chicos: son ustedes. Así de simple.
Por Rafael Antonio Mejía Afanador