Discurso sin alabanzas

Por Manuel Álvaro Ramírez (*)

Pocas veces los colombianos nos hemos sentido tan bien representados como ahora. En efecto, al escuchar al presidente Gustavo Petro en la Organización de las Naciones Unidas, ONU, no podemos menos que sentirnos orgullosos de tener un mandatario que dice las cosas sin adornos y con un lenguaje tan preciso que suscita la aprobación de propios y extraños.

Usualmente, lo normal  era que los mandatarios se limitaran a recitar libretos sosos muy medidos en su lenguaje para no incomodar al presidente gringo de turno, pero Gustavo Petro no clasifica dentro de esa estirpe, es un hombre frentero cuyo talante quedó probado cuando, en medio de un congreso conformado en un 35 por ciento por parlamentarios con vínculos paramilitares, se atrevió a señalar a algunos políticos aliados al paramilitarismo, entre ellos Álvaro García Romero (hoy preso) conocido en Sucre como ‘el gordo García’ y que, en ese momento, estaba sentado a unas pocas curules del entonces senador Gustavo Petro. Así que plantear verdades incómodas entra en las características del mandatario.

Pero qué fue lo que dijo y que a la derecha colombiana tanto indignó: Que no debemos ser selectivos al condenar las guerras y las invasiones, que no hay unas guerras buenas y otras malas igual que las invasiones. Y como para allá iba Volodomir Zelenski, no debió haber quedado muy contento porque a este personaje lo han pintado como la Coca Cola de la libertad en Ucrania. Esperemos a ver si hay una respuesta en tal sentido, cosa bastante improbable.

El complejo que tenemos, tan arraigado de la autoridad, ha calado tan hondo en la sociedad colombiana, que la clase dirigente, tan obsecuente con el gobierno de los Estados Unidos, lo ha elevado a categoría nacional, lo que es una vergüenza.

Desde niños se nos enseñó a respetar a los mayores, ‘mayores en edad dignidad y gobierno’, a la autoridad, a todo aquello que representara poder y fue así como se desarrolló una sociedad muy respetuosa de sus mayores, pero también muy violenta, en todos los sentidos, desde la familia donde la violencia ejercida por los padres es el pan de cada día, hasta los más encumbrados círculos de poder que convirtieron a las fuerzas armadas institucionales en apéndices al servicio del crimen.

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Es por esta razón que miramos con ceja levantada cuando un dirigente pronuncia un discurso que llama la atención de los poderosos, que señala con el dedo índice a quienes han invadido en el pasado animados, no por ningún sentimiento altruista sino por la codicia y es ese sentimiento, de ‘qué dirán los vecinos’, el que tiene invadida a la derecha colombiana, con el muy escondido deseo, no de condenar las invasiones sino de estar en el lado políticamente correcto.

Claro que incomoda ese tono moderado pero persuasivo que llama la atención del mundo entero. Ese tono y esos argumentos fueron los que ayer lo llevaron a la plaza pública y pudo convencer a una juventud escéptica, hastiada de una clase política corrupta, carente de oportunidades y de futuro y hoy busca, con esa misma capacidad discursiva, persuadir a sus homólogos de que los grandes problemas del mundo actual no son el terrorismo ni las drogas sino el cambio climático, las migraciones, la economía fósil y el sistema financiero. Que las migraciones no se solucionan construyendo muros en la mitad de la selva del Darién sino desbloqueando las economías a las cuales les han clausurado sus cuentas sin permitirles usar su dinero, ese es el caso venezolano del que sólo a la gente le permiten ver la mitad de la película de miles de personas con sus corotos a cuestas, deambulando por las carreteras y sembrando la idea de que son víctimas de un dictador corrupto e incapaz, lo cual tampoco es descartable del todo, pero esa historia merece un artículo aparte.

*Magister en Economía

Universidad de los Andes

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