El cariño de la gente

La poeta, novelista y periodista Piedad Bonett, en su columna del pasado 16 de julio en El Espectador, comenta el ‘apoteósico’ recibimiento del recién salido de la cárcel y condenado por corrupción “Ñoño Elías”. La ciudadanía boyacense ha presenciado de esas ‘apoteósicas’ manifestaciones en varias oportunidades. Para el recuerdo llegan a la memoria las innumerables misas oficiadas por orden y en agradecimiento a don Víctor Carranza, esmeraldero y acusado de paramilitar, a quien, con motivo de su hectárea número millón, le oficiaron varias celebraciones eclesiásticas. También le celebraron con lujo de detalles, con misa incluida, su salida de la cárcel al exsenador Ciro Ramírez Pinzón (q.e.p.d.) –condenado por paramilitarismo— al regreso a su natal Moniquirá.     

Por Piedad Bonett

La apoteósica llegada del “Ñoño” Elías a Sahagún, su tierra, después de purgar su condena por delitos de corrupción, entre ellos cohecho y tráfico de influencias en el caso Odebrecht, me recordó otros dos eventos multitudinarios: el entierro de Pablo Escobar, al que asistieron unas veinte mil personas, y el recibimiento de su fanaticada a Diomedes Díaz cuando salió de la cárcel por asesinato. ¿Cómo se explica, una y otra vez, la moral relativa de una buena parte de los colombianos, a la que las infamias de esos personajes les valen huevo?

La primera respuesta, y la más fácil, la dieron algunos de los asistentes a la ruidosa bienvenida al “Ñoño”: es que gracias a él ahora Sahagún tiene terminal de transporte, coliseo de boxeo, estadio de fútbol, parques, etc. Lo que el Estado no hace, dicen, lo hizo el “Ñoño”. Algo de razón habrá en ese argumento –el mismo que aducían con Pablo Escobar– aunque creería yo que la gente olvida muy pronto quiénes fueron los gestores de las obras públicas. Tan rápido como “olvida” los robos y crímenes de sus admirados. Lo que supongo es que esa multitud –que sentido de comunidad no creo que tenga– cuya manifestación fue organizada por el clan del “Ñoño”, ya ha recibido y, sobre todo, espera recibir, prebendas personales por su adhesión, ya sea en contante y sonante o en forma de empleos, contratos, becas, etc. Ellos son parte activa de un círculo vicioso: eligen a los que les dan, y estos dan para que los elijan. En este caso, con un detallito: para dar lo que les dio, el “Ñoño” le robó al Estado lo que de otra manera sería para educación, salud y cultura de su pueblo. Y no lo hizo solo. La Corte sentenció que Elías “…adhirió a una organización delictiva que atentó en forma permanente contra el Estado afectándolo patrimonialmente”.

Pero hay más. La cultura del enriquecimiento rápido, que se multiplicó con el narcotráfico, naturalizó la vía del atajo para muchos colombianos. Se venera al vivo. Como me dice una amiga que conoce bien la tierra del “Ñoño”, allá “lo deben ver como el triunfador, el inteligente, el que ha sabido hacer plata”. En cambio, a los poetas, los artistas plásticos, los profesionales honrados –que los hay en Sahagún, y muy buenos– los deben ver como “unos raros. No tienen plata, así que no deben ser muy inteligentes”.

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Que el mecanismo funciona está probado: yo robo, invierto una parte del robo en los que garantizarán que me mantenga en el poder, y si me cogen colaboro, purgo una pena pequeña, hundo a unos cuantos, y vuelvo triunfante porque aquí la sanción social no existe. ¿Y a qué vuelvo? A lucrarme de nuevo de la política, que en este país es la gallina de los huevos de oro. Es lo que explica que un tipo como Emilio Tapias –también de Sahagún, ¡qué coincidencia! – haya confesado sus delitos en 2015, obteniendo así beneficios jurídicos, pero haya reincidido y regresado a prisión por otro robo, el de $ 70.000 millones de los famosos contratos del TIC para llevar internet a zonas apartadas. Cómo será de bueno el negocio. Robar, medio pagar y volver a robar puede convertirse en una forma de vida. Y el cinismo puede tomar muchas formas. El “Ñoño”, en un rapto sentimental, dijo a sus huestes: “Me podrán haber quitado seis años de vida, pero no el cariño de la gente”.

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