EL ENCANTO DE LOS PUEBLOS BOYACENSES

Por Lizardo Figueroa
El compositor José Antonio Morales (QEPD) cantaba: «pueblito de mis cuitas, de casas pequeñitas, por tus calles tranquilas, corrió mi juventud» aludiendo a su natal Socorro, Santander.
Y sí. Quienes tuvimos la fortuna de nacer y crecer en algún pueblo pequeño de Boyacá, sabemos del encanto, de las cosas simples, de las historias, los mitos, las leyendas, las canciones, los cuentos que alimentaron nuestra fantasía infantil, de boca de los padres, abuelos y maestros en épocas ya lejanas.
Es el caso de Socha, capital de la Provincia de Valderrama, llamada con justicia la «Nodriza de la libertad» en reconocimiento por la generosidad de sus gentes al alimentar y vestir a la tropa de bravos llaneros que al mando del General Simón Bolívar y de Juan José Rondón cruzaron el páramo de Pisba y pernoctaron allí, camino al Pantano de Vargas y al Puente de Boyacá, rumbo a Santa Fe en la campaña libertadora.
De niño, hace ya más de medio siglo, quedaron en la memoria vivencias que se volvieron anécdotas de habitantes entonces notables y personajes pintorescos que se evocan con nostalgia a manera de íconos de una época feliz, cuando ocasionalmente se regresa al terruño a desandar lo vivido tiempos ha.
Era, guardadas las proporciones, casi otro Macondo de Gabo, pero en los páramos andinos de la cordillera oriental.
Notables fueron el escritor Fernando Soto Aparicio, quien describió magistralmente el paso del campesino labrador al minero de socavón de La Chapa, en la naciente Acerías Paz del Río (La Rebelión de las ratas).
El Doctor Max Gómez Vergara, ilustre académico. Don Siervo Figueroa Valcárcel, Alcalde y Concejal.
El Padre Ramón de J. Mojica, Párroco de la Iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria; pastor de influencia poderosa en la vida de su feligresía; el mismo cura alegre y bonachón que lideraba las Minervas veredales, las fiestas patronales del santoral y los bautismos con nombres bíblicos que marcaron la existencia de los nativos.
El Magistrado Hernando Carrero Baldión, hijo ilustre de la tierra. Don Cristóbal Barón, Notario Único del Circuito, quien combinaba sus funciones de fe pública con sus habituales tragos con limón, de la Industria licorera.
Raulito fue el sacristán consagrado, que remataba la jornada del día tocando las campanas a las 8:00 p.m. con lo cual la población quedaba notificada de la silenciosa, fría y oscura soledad de la noche, ya que el poblado aún no tenía la interconexión eléctrica con Termopaipa.
Don Segundo Carrero fue el Director de la Banda Municipal, con sus retretas dominicales en el atrio, después de la misa mayor. Notable fue también Don Fruto Eleuterio Mejía Barón, emprendedor y pionero del transporte boyacense.
Ícono cultural fue Don Antonio Benítez, pintor y escultor del Bolívar del Socha Viejo histórico. Don Maximino Torres fue Rector del Colegio Pedro José Sarmiento.
Las Hermanas de los Sagrados Corazones dirigieron la Normal de Señoritas, que formaron varias generaciones de distinguidas maestras boyacenses. Don Luís Eduardo Barón, Concejal, líder y hombre cívico fue muy querido.
Pintorescos personajes de la «tierra de clara luna» como define la toponimia aborigen de Socha, fueron: las telefonistas hermanas Vargas, con las bocinas, audífonos y bobinas de carretel y manivela… «Aló, aló, aló ¿Tasco?, ¿Socotá? ¿Jericó?
La telegrafista, traduciendo los telegramas con la maquinita… tic, tic, punto, raya, punto, del alfabeto Morse y las cartas, enviadas y esperadas del género epistolar de la época.
Pachito Socadagüí era el encargado del aseo del parque del Oticón, la Casa Consistorial y de las ocho calles del casco urbano.
La Plaza de mercado reunía numeroso gentío de propios y visitantes comerciantes y clientes en torno de los toldos de mercancías, ventorrillos de comida y purgantes «para expulsar lombrices por montón» decía Camargo.
Los trajes de fino paño importado que lucían los hombres elegantes de sombrero Barbisio, se confeccionaban en la Sastrería Gómez de don Ramón y doña Amalfi.
Parte de la burocracia municipal venida de Tunja y los viajeros hacia los llanos se hospedaban en el Hotel Casanare de Doña Ana María.
La flor y nata del municipio se congregaba los viernes en la tarde, en el restaurante de Doña Verónica de Perico, a disfrutar de las delicias derivadas del cerdo y el cordero.
Pedrito «tapaculos» soldaba las ollas esmaltadas «esfondadas». Y así, los paisanos de los apellidos Carvajal, Arismendy, Mejía, Gómez, Cayachoa, Zabala, Estepa, Silva, Goyeneche, Dueñas, Carrero, Baldión, Manrique, Barón, Valcárcel, Fuentes, Cabrera, Mancipe, Espíndola, Morales, Niño, Estupiñán, Hurtado, Abril, Sarmiento, Perico, Dallos, Walteros, Vega, Mendivelso, Anaray, Amaya (ascendencia nieto del actual gobernador Carlos) en fin.
El Boche, El Tirque, Sisconquí, Boyacía, Socuará, Soraquí, Cotamo, Bisbita son nombres vernáculos de las veredas, heredados del ancestro aborigen, a mucho honor.
Qué grata es la tierrita de la libertad y orgullo de América.