Opinion

EL ILUSTRE VENEZOLANO

Como están las cosas en estos tiempos, sin duda para entonces me le hubiera quitado el sombrero.

Pocos prohombres como el protagonista de este recordatorio tuvieron una relevancia y un nombre que quedó en la memoria de varias generaciones de latinoamericanos.

Don Manuel Antonio Carreño fue un distinguido profesor venezolano, de gran trayectoria en la academia y la diplomacia de su país en el Siglo IXX.

Vivía muy incómodo teniendo que ver y padecer los malos modales en la mesa, en la casa o en la calle, groserías, comportamientos grotescos, atrevimientos y mala crianza de sus conciudadanos, particularmente de quienes se distinguían entonces con los remoquetes de granujas, mozalbetes insolentes, patirrajaos y después gamines, en fin, el vulgo de la pirámide social, que usaban malas palabras, escupían en todo lugar, orinaban y defecaban en lugares públicos, se hurgaban la nariz, estornudaban sin usar pañuelo, chasqueaban comiendo, padecían halitosis, expelían sin vergüenza malos olores, lucían monames de tierra en las uñas, eran mechudos, roncadores y quitasueño, botaban basura, mal usaban solares y letrinas en las urgencias del cristiano y otras graves faltas que delataban pésima educación, razones más que suficientes para que resolviera escribir su famoso «Manual de Urbanidad y Buenas Costumbres», más conocido como la Urbanidad de Carreño, que luego el Ministerio de Instrucción de su país adoptó como libro de obligatorio uso didáctico en escuelas y colegios.

Ese pequeño libro de pocas cuartillas por cierto, pero de tan importante contenido, educó a varias generaciones en América Latina, incluida Colombia, durante casi dos siglos y que tristemente terminó refundiéndose en los anaqueles de las bibliotecas, desapareció de las imprentas y hoy en la virtualidad, en los colegios y en el alma de los nuevos colombianos; el libraco apolillado fue arrollado por las nuevas costumbres y el nuevo paradigma que hoy, en pleno Tercer Milenio es faro y guía: instruir primero y si queda tiempo, educar después.

Hay que ver la intensidad horaria de los planes de estudio en la actualidad: cero clases de urbanidad, una íngrima clase de Ética y Valores y seis de Inteligencia Artificial.

Los mayores agradecemos al Maestro Carreño, a nuestros taitas y abuelos, a los maestros de antaño que, ciertamente, utilizaron la teoría de la Urbanidad de Carreño y reforzaron con la práctica ayuda  de la mejor educadora que existió en las escuelas: yo la conocí; la recuerdo delgadita ella, rigurosa y exigente, sin compasión alguna, no andaba con rodeos, rotunda y temida, a veces cruel, cuya dureza aún me duele y cuyo nombre y apellido jamás olvidaré agradecido, como a Don Manuel Carreño: fue nadie menos que Doña Varita de Rosa, (QEPD).

Por Lizardo Figueroa

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