EL MEJOR DISCURSO EN LA ONU

Por Lizardo Figueroa
Por supuesto, las asambleas anuales de las Naciones Unidas, no son propiamente las reuniones de la junta de vecinos del barrio o vereda, ni del conjunto residencial; allí se dan cita los jefes de Estado, primeros ministros y el cuerpo diplomático acreditado de 193 países del orbe.
No obstante, hay ciertos aspectos parecidos entre los concurrentes de los dos escenarios, como son las quejas y reclamos por mil situaciones; cada quien se queja, señala, pontifica y hace valer su voz.
La Asamblea 80 de 2025, que recién se desarrolló, fue particularmente movida; algunos mandatarios se destacaron por el ruido que hicieron sobre temas espinosos como la tragedia de Gaza, en Palestina o la invasión de Rusia a Ucrania, que incluso ha puesto en tela de juicio la misma razón de existir del organismo internacional, en fin.
Pero definitivamente el jefe de un Estado refundido e ignorado, pequeño en territorio (274.223 km2) y de escasa pero sufrida población (23.8 millones), se llevó la vitrina más vista y admirada en todas las redes, noticieros, periódicos, radio y televisión, con millones de comentarios en todo el planeta; este brillante mandatario, carismático, valiente y digno, interpretando magistralmente el sentir de su pueblo, dijo en su discurso, cosas que incomodaron y de qué manera a los eternos poderosos de América y Europa, sobre la dignidad, la memoria, el coraje y la identidad; más que un discurso, fue un juicio franco e implacable que nadie se esperaba, proviniendo de un país eternamente ninguneado, saqueado y humillado.
Fueron suficientes 40 minutos, para decir lo que todo un continente sentía, provocando la ira de algunos corbatudos del viejo poder occidental.
El ilustre, valiente y hasta entonces casi ignorado presidente dijo cosillas que sacudirían el ordenamiento político internacional; entre otros, según el registro y la difícil traducción de los periodistas que reportaron el evento, más o menos lo siguiente:
«No vengo a este recinto al ritual de promesas vacías».
«No pedimos compasión, exigimos justicia».
«Estamos cansados del saqueo impune de las riquezas de nuestro suelo».
«Vengo a presentar evidencias que demuestran un crimen que se comete todos los días».
«En mi país estamos comprometidos a atrevernos a inventar nuestro futuro».
«Queremos poner fin al colonialismo que nos ha mantenido en la pobreza y la miseria; no más oprobio»
Y así, unos cuantos zurriagazos verbales que recibieron los 40 delegados que, fastidiados por lo que estaban escuchando, decidieron abandonar los salones de mármol; bien se dice que «no hay peor sordo que el que no quiere oír».
El duro discurso que llamó la atención, tal vez hubiera pasado inadvertido, si no fuera porque quien lo pronunció fue el presidente de un país que vive de la extracción de oro, metales preciosos, tierras raras, agricultura y ganadería de subsistencia, ubicado en el continente más ninguneado en el concierto global, más sometido y humillado durante siglos.
Buen discurso el del señor presidente de la República de Burkina Faso, África, señor capitán Ibrahim Traoré, de 35 años de edad, convertido desde ahora en la voz de los países del Continente, justo en donde nació la humanidad.
A veces hay alguien que se arroga el derecho a protestar, con dolor de patria, cómo y en donde toca, cuando la cobardía con rodilleras se queda callada.