Editorial

Entre la banalidad y la propuesta: Lo que de verdad esta en juego en 2026

El debate presidencial en Colombia ha quedado atrapado en etiquetas de derecha e izquierda que poco dicen a los ciudadanos. Lo que realmente marca la diferencia no es el color político, sino la calidad de los liderazgos: de un lado, discursos vacíos y superficiales; del otro, voces con preparación, propuestas técnicas y sensibilidad social que responden a las necesidades del país.

La contienda electoral hacia 2026 muestra con claridad una fractura que va más allá de las ideologías tradicionales. No se trata de derecha o izquierda, sino de discursos banales frente a propuestas con sustento. En escenarios recientes, varios precandidatos han optado por repetir fórmulas desgastadas: promesas de mano dura, apelaciones al miedo y consignas mediáticas diseñadas más para titulares que para políticas públicas.

Vicky Dávila encarna esa banalidad. Su narrativa de campaña se reduce a slogans altisonantes sobre seguridad, sin profundidad ni viabilidad técnica. Su aspiración no nace de una trayectoria política ni de un proyecto de nación, sino del espectáculo mediático que le otorga visibilidad, pero no credibilidad.

A su lado aparece Sergio Fajardo, un aspirante eterno que insiste en presentarse como “alternativa de centro”. Sin embargo, su discurso vuelve a ser difuso y superficial, sin enfrentar con claridad los dilemas de empleo, pobreza y equidad. Pese a ello, encuestas amplificadas por los mismos medios que lo sostienen lo presentan como un candidato viable, aunque su historial demuestra incapacidad para consolidar una visión de país.

Otros precandidatos, en foros como el Congreso Empresarial de la ANDI, apenas logran articular mensajes complacientes con los gremios. Hablan de “confianza inversionista” y “disciplina fiscal”, pero omiten cualquier reforma social o tributaria de fondo que permita al país reducir desigualdades y dar un salto de desarrollo. Se trata de discursos diseñados para mantener el statu quo, sin ninguna novedad para la ciudadanía.

En contraposición, emergen liderazgos con preparación y propuestas concretas. Gustavo Bolívar ha planteado una visión de política social que liga la ayuda estatal con la productividad, proponiendo subsidios condicionados a emprendimiento y empleo como mecanismo de autonomía familiar. Carolina Corcho, con su experiencia en salud pública, ha defendido un modelo de atención preventiva y comunitaria, sustentado en estudios y evidencia internacional. Ambos representan un estilo distinto de hacer política: no desde las frases de ocasión, sino desde la técnica, el conocimiento y la cercanía al pueblo.

A este contraste se suma un elemento clave: las cifras de los últimos tres años. El desempleo se ha reducido hasta niveles que no se veían desde 2017, la inflación se estabiliza y el dólar mantiene una tendencia de control. El crecimiento económico, aunque moderado, sigue en terreno positivo (por encima del promedio de la región) y ha permitido recuperar capacidad de consumo. El turismo se ha consolidado como motor regional con récord de visitantes internacionales, y en materia de seguridad, la incautación de drogas y el control territorial muestran avances tangibles. Estos datos no son anecdóticos: son la evidencia de que la estrategia de cambio emprendida está dando resultados y que la continuidad de este rumbo puede abrir la puerta a una transformación sostenida.

El debate que se avecina en Colombia no debe seguir atrapado en la dicotomía de derecha e izquierda. El verdadero dilema está en escoger entre candidatos que repiten la retórica vacía de siempre y liderazgos que, con propuestas serias y fundamentadas, buscan transformar el país. El reto ciudadano es no dejarse seducir por la banalidad mediática, sino apostar por la profundidad, la coherencia y la preparación.

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