ES LA ECONOMÍA, SUMERCÉ; LO DEMÁS ES CARRETA

Por Lizardo Figueroa
Sin ser experto, simplemente con la mirada de ciudadano de a pie, untado de calle, usuario de buseta y taxi, con el canasto a la plaza, comprando al detal en la panadería, el tris de carne y los abarrotes en el supermercado, la papita, los huevos, el tomate y la cebolla del desayuno en las tiendas del barrio, la toma del tintico donde Rosita y el breve conversatorio ocasional con el lustrabotas, fijándome en el entorno del almuerzo dominguero en algún restaurante cercano de la región, informarme por mi cuenta y selectivamente en fuentes confiables como Boyacá Visible, uno puede tener una percepción general de cómo va el país en materia económica y su impacto real en la sociedad.
Aspectos de la cotidianidad llaman la atención; por ejemplo, la impresionante cantidad de comida que llega del campo diariamente a la plaza mayorista de Tibasosa-Sogamoso, en numerosos camiones y furgones, que luego atiborrados parten hacia Bogotá, Casanare, Arauca y Santanderes. Hay comida en abundancia.
Las estanterías de los almacenes de cadena están surtidas permanentemente por enormes furgones de proveedores y empresas de remesas y encomiendas.
Las terminales de transporte terrestre de las principales ciudades de Boyacá son un frenesí cotidiano de miles de viajeros a numerosos destinos en las tantas flotas que prestan servicio de lujo; nada que envidiar a las aeronaves que surcan los cielos del continente. La gente se moviliza. Lograr una reserva en hoteles y restaurantes, especialmente en puentes y temporada es una lotería.
Las operadoras de los peajes se ven a gatas y con frecuencia deben ocupar personal extra. Los alojamientos, posadas, gastronomía, el consumo de combustible y el transporte dinamizan la industria del turismo.
En los concesionarios de venta de vehículos, la lista de espera para entrega suele ser de meses.
Carreteras y calles congestionadas de automóviles y motocicletas como nunca. La gente tiene en qué moverse.
Ubicarse en cualquier punto de carretera del «corredor industrial de Boyacá» es de por sí gratificante, al observar cientos de camiones livianos, tractocamiones cisterna y de cargas varias, volquetas de gran tonelaje, maquinaria, etc. El emprendimiento industrial, minero y comercial de la tierrita moviendo la infraestructura nacional y de exportación, inclusive.
La población estudiantil universitaria, los servicios médicos clínicos y hospitalarios mueven también la economía.
Según los entendidos, el sector que más genera consumo duro comercial y empleo es la construcción; observando los entornos urbanísticos de la Ciudad del Sol, particularmente en el occidente y sur, se levantan conjuntos residenciales y urbanizaciones que se ocupan con relativa rapidez, aprovechando la dinámica de financiación y crédito de bancos y corporaciones.
Todo lo anterior, proyectado a nivel nacional, refleja que hay un país en crecimiento (la tasa indica que para 2025 será de 2.4 a 2.7%) a pesar de la crisis económica mundial, agravada por las calenturas de cierto mono que despacha en la Casa Blanca.
Es la Colombia que avanza, aunque lenta y aparatosamente arrastrando el lastre de una clase política inferior a las expectativas ciudadanas, ocupada en su mezquindad, odios fratricidas, avaricia, corrupción, mentiras y escándalos, tratando por todos los medios de ahogar sus derechos y esperanzas en el fango miserable de sus codicias todos los días.
Sin estos espantos, estorbos y vergüenzas, nuestra patria bendecida por Dios, con una naturaleza exuberante, bella, rica y generosa, quizá estuviéramos estar ubicados ya en la civilización del Siglo XXI.
Asusta sí y hay que decirlo con dolor de patria, observando el panorama político del momento a nivel nacional e internacional, que al parecer se corre el riesgo de devolver al país al siglo pasado, en las urnas de las elecciones venideras, con la cruz pesada del subdesarrollo.
La sociedad, que se espera inteligente digna y responsable decidirá, por fin, si avanza o se resigna a seguir cargado per sécula el síndrome de Sísifo.