Opinion

INCERTIDUMBRE DE PAÍS

Hay pueblos y culturas milenarias que evolucionaron con el tiempo, construyendo civilizaciones maravillosas, hasta situarse hoy en el cénit de la humanidad por su organización, desarrollo y altísima calidad de vida.

Para algunas de ellas su tránsito hasta llegar al tercer milenio no fue fácil; tuvieron que superar obstáculos sin cuento como guerras, hambrunas, terremotos, maremotos, pestes, etc.

Pero también cimentaron, entre otros, dos pilares fundamentales que les permitió escalar los peldaños del progreso desde la inteligencia de sus habitantes y la justicia dirigida y aplicada con rigor por el Estado.

Pero de cara al martirologio que históricamente hemos padecido, que por desgracia hoy vivimos y por lo que se ve, tristemente pareciera eternizarse, se llega a la conclusión de que Colombia es aún un embrión de sociedad en formación, una colcha de retazos de todo tipo de intereses egoístas y mezquinos, que aparatosa y lentamente se abre campo cargando los lastres de una educación precaria, hambre e ignorancias para el grueso de su población, causas eficientes y suficientes de todos sus fracasos y, de contera, un aparato judicial tardío y colapsado.

Y en ese fango en que nos movemos, tampoco se atisba en el horizonte inmediato una luz de esperanza y liderazgo creíble que pudiera inspirar, convocar, animar, cautivar, unir y reunir a 53 millones de almas en pos de un mejor destino para la nación.

Y mientras, seguiremos atascados y dedicados con increíble fruición a nuestras guerras internas, a nuestras eternas violencias, odios, venganzas, polarización, perversidades, exclusiones, corrupción, delincuencia de todos los pelambres y estratos, racismos, clasismos y como siempre pendiendo de una especie de «sálvese quien pueda», esperando eternamente un mago salvador que nunca llegará.

Por Lizardo Figueroa

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