INDIGNACIÓN Y DOLOR DE PATRIA

Por Lizardo Figueroa
Podría ser indiferente y hacer lo del avestruz; tener la actitud de muchos, ver sin mirar y oír sin escuchar; pero es mi tierra, la de mi ascendencia y la de mis hijos. Duele la patria.
Colombia, desde siempre, ha transitado una historia de martirio, cuya determinante siempre fue la clase política de todos los colores y partidos.
Desde la misma colonia con el sometimiento de los nativos a los encomenderos de la Corona española, luego con la insurrección independentista liderada por los «criollos ilustrados» quienes servidos de la población humilde que puso los muertos en la guerra, que lograron su cometido haciéndose al control del gobierno, su burocracia y por sobre todo, de su hacienda y por supuesto, del erario, para luego armar la carpintería del nuevo Estado Republicano, con filigrana y cuidado, para que la nueva élite ilustrada, se reservara para sí y sólo para sí todas las ganancias de los negocios derivados del poder, hasta nuestros días.
La «independencia» que se conmemora todos los años el 20 de julio, habría de entenderse como un logro por demás rentable para un numeroso listado de apellidos, de familias y de partidos que se han lucrado desde entonces de mil maneras y que pareciera de la inagotable tesorería pública en todos los niveles de la administración.
Todo estuvo previsto desde la génesis de la república colombiana, para que miles de avivatos sin escrúpulos ni mayores exigencias intelectuales ni solvencia ética sigan hasta hoy, después de más de 200 años haciendo de las suyas.
La corrupción de los politicastros siempre existió al amparo de una endeble democracia que solo se ha entendido -y aprovechado- como instrumento generalmente perverso, de elecciones por voto popular manipulado.
En pleno Siglo XXI, el país sigue atrapado por barones y baronesas electoreras dueños de muy bien organizadas y gerenciadas empresas y microempresas electorales en los distintos niveles de la administración, siendo tal vez el negocio más rentable dentro de la «legalidad» institucional.
Este estado calamitoso, triste y en eterna agonía que ha construido la «dirigencia» colombiana, nos ha tenido atascados en el subdesarrollo y el atraso, que impide siquiera asomarnos al tercer milenio, tiene responsables: una actual y porfiada élite criolla buena vida cooptadora del Estado en su desvergonzado, impúdico e impune beneficio; millones de ciudadanos, muchos de los cuales conforman la clientela cautiva, fiel y beneficiaria de contratos y burocracia, amén de legiones poco enteradas que se convencen fácilmente en campaña con almuerzos, rellenas, tejas, cemento, licor, 50 mil barras y abrazos de oso de los «dotores» que una vez elegidos, si te vi, no me acuerdo.
En ese esquema de pálida y utilitaria democracia se ha perpetuado el rol que se repite por los siglos de los siglos.
El espectáculo del último domingo 20 de Julio, en la instalación del nuevo período legislativo del Congreso no pudo ser más patético; a las formalidades protocolarias, se sumaron el informe de gestión y las expectativas del gobierno a futuro; se vieron caras de ingrata recordación, algarabías, gritos de odio, improperios, mentiras y la cereza del pastel: una réplica enardecida, visceral, descomedida, carente de rigor, parcial, ajena al sentido formal de la intervención, que suscitó en algunos atronadores aplausos como indignidad, estupor y vergüenza ajena en otros; el episodio de bochorno sirvió para comprobar, además, lo que los observadores conspicuos afirman: en el Congreso se representa con increíble precisión lo que somos los colombianos con nuestros claroscuros.
El punto es, en últimas, que los 280 privilegiados congresistas, que son un número inverosímil y exagerado, de tan alto costo, de pocos resultados y en muchos casos de muy precaria preparación, nula estructura jurídica y sospechosa solvencia ética, hacen las leyes que determinan la vida de la nación entera.
Esperable sería que, dada la profusa información, los escándalos de corrupción, las marrullerías y jugadas perversas de tantos, en una decisión valiente, quienes por razones de peso comprensibles han sido ajenos a la política y a las elecciones, por fin se pronunciaran en las urnas, en la esperanza de una renovación seria y honesta que contribuya tal vez a lograr una asepsia de fondo y a ubicar a la república en el siglo XXI del tercer milenio.
Lo de elegir presidente es importante, pero lo es más y en sumo grado las elecciones de congresistas, que son quienes definen las leyes; esas son las determinantes en el ordenamiento del Estado de Derecho, del que presumimos pertenecer.
Es hora de expresar nuestro sentido de pertenencia a la patria que nos tocó en suerte; no más este sainete de vergüenza y atraso al que nos ha llevado elegir muy mal durante tanto tiempo.
Duele la patria.