OpinionPor: Manuel Álvaro Ramírez R.

La tierra nos está hablando

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La tierra nos está hablando

Los terremotos, los incendios, los tsunamis, las inundaciones, en fin, las catástrofes naturales han existido desde la formación misma del planeta. Sin embargo, hay una característica que distingue las actuales de las más antiguas: la existencia de la especie humana. En efecto, el ser humano es el único semoviente que deja su impronta sobre la tierra, algunas para satisfacer su egocéntrico concepto de belleza y otras para llenar apetitos más relacionados con la vanidad y la codicia.

A raíz del terremoto que azotó a varios países, pero que se sintió con mayor intensidad en Turquía y Siria, es conveniente una reflexión sobre la forma como la fuerza de la naturaleza se hace sentir en unas partes más que en otras.

Para sólo poner un ejemplo, podríamos recordar que en Haití en 2010 hubo un terremoto similar al de Turquía que cobró 316,000 vidas y dejó heridas a unas 350,000 personas. La información en cifras redondas muestra que nunca se sabrá el número exacto de víctimas. De otro lado, la catástrofe de Siria y Turquía estima hasta el día de hoy los fallecidos en 17,000 (El Tiempo, 9 de febrero, 2023). Pero como aún faltan muchos escombros por levantar, digamos que éstos podían ser de unos 50,000, tres veces lo contabilizado hasta hoy. Una pregunta que cualquier parroquiano desprevenido podría hacerse es ¿Por qué a unos países un movimiento parecido tiene efectos tan diferentes de unos países a otros? La respuesta puede estar asociada a la pobreza. Veamos.

Las personas pobres viven hacinadas y la densidad de las poblaciones es directamente proporcional a la falta de ingresos, por eso ciudades como Bombay o Mumbai, El Cairo, Yakarta o Puerto Príncipe presentan una densidad poblacional altísima, de manera que cualquier catástrofe cobra en ciudades como esas muchas más vidas que en otras partes. Por ejemplo, Puerto Príncipe tiene una densidad poblacional de 32,340 habitantes por kilómetro cuadrado, según datos de 2019; Damasco 16,700 en 2009 y Estambul 3,000 en 2020. Los datos no coinciden para el año, pero sirven como elemento de comparación. Veamos este mismo indicador para algunas ciudades comenzando por el Japón donde la gente cree que la densidad es altísima sólo porque han visto un video en la estación de Shin Yuko, donde unos funcionarios empujan a los pasajeros para empacarlos en el metro en horas pico. Tokio 6,402; Nueva York 10,756 Londres 5,666, Paris 21,400 Madrid 5,400 y Berlín 1,800 habitantes por kilómetro cuadrado. La única ciudad que parece ser la excepción a la regla es Paris, el resto la confirman.

El reciente terremoto acaecido en Turquía y Siria, junto con los incendios forestales cada vez más recurrentes, como también las inundaciones en diversas partes del planeta, deberían obligarnos a reflexionar sobre la forma como estamos ocupando la superficie. Algo hay que hacer de manera ordenada si no, iremos trasladando silenciosamente el problema hacia otras partes, los migrantes llegarán a los países desarrollados, buscarán espacios marginales pero muy vulnerables y reproducirán el modelo que los expulsó de sus lugares de origen. Hay que hacer algo y no limitarnos a lamentar las noticias que con calculada dosis de dramatismo, muestran ora un niño náufrago ahogado, ora una niña rescatada debajo de los escombros o un anciano con lágrimas en los ojos pidiendo ayuda de forma lastimera. La humanidad tiene que pasar de la caridad que es una forma humillante de ayuda a la solidaridad que es la única forma de poder sobrevivir como especie.

*Magister en Economía

Universidad de los Andes

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Opinión

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