Opinion

LA BELLEZA DE LOS VIEJOS

En nuestra sociedad de tantos tontos, se cree que el viejo, por serlo, deja de ser bello. Que sólo los jóvenes irradian estética física, energía, talento, alegría, novedad, en fin.

Y creo que no. En el viejo está la historia, la memoria, la sabiduría, la prudencia, el reposo, la calma, la madurez, la experiencia, la piedad, la relación genuina con Dios, el amor sincero, la verdad y la franqueza que a veces lastima pero enseña; el adulto viejo es el recorrido adelantado en el camino de la vida, la reminiscencia, la nostalgia que hace suspirar, la ternura que devuelve a la infancia.

Y lo viejo también tiene su encanto: la casa vieja de los abuelos, la cama vieja en donde nacimos quizá, el corredor y el solar en donde jugamos de niños, el viejo baúl, la vieja tinaja, el viejo trapiche, el viejo arado, la música vieja, el cuadro viejo del Sagrado Corazón, el viejo almanaque Bristol, el viejo reloj de gallina, el viejo almanaque Pielroja, la vieja escuela en donde aprendimos a leer, el viejo río a donde fuimos a nadar, el viejo taburete, la vieja enjalma, la vieja guitarra y el viejo tiple que nos alegró la vida, la vieja estufa de carbón que cocinó el pan que amasó mi madre, los zapatos viejos, la vieja piedra de moler de la abuela, la vieja canción que me enseñó la maestra, el viejo poema, el viejo rejo de enlazar, el viejo radio, la vieja cartilla Alegría de leer, el viejo bordón del abuelo y los viejos aretes de oro de la nona…

Todo lo viejo es testimonio del ser querido que también fue joven, que se enamoró, que amó y que fue amado.

Hay nietos que buscan a los abuelos, que se sienten bien con ellos, que aprenden de ellos, que llenan sus vacíos con ellos, que se sienten seguros y protegidos por ellos, que confían sus secretos a ellos, que siguen religiosamente sus consejos, que los respetan, veneran y ayudan, que encuentran en ellos la riqueza que el dinero no ofrece, que ven en sus viejos la belleza, la luz, la paz y la alegría que el esnobismo y el glamur de lo nuevo no dejan ver.

Más allá de las arrugas, de la panza, de las canas, de la calvicie, de las gafas, de la blanca nieve de los años, de la neblina de sus ojos, de su bordón, del paso del tiempo, está la belleza, la maravillosa belleza de los viejos.

Bien decía nuestro poeta chiquinquireño en el poema que Garzón y Collazos volvieron canción:

 «¿Veis esa vieja escuálida y horrible? Pues hoy, aunque parézcate imposible, fue la mujer más bella entre las bellas; el clavel envidió sus labios rojos y ante la luz de sus divinos ojos, vacilaron el sol y las estrellas. Y ¡ay! quien pueda quererla, quien un beso, pudiera darle con tímido embeleso; yo, me dijo un extraño que me oía; yo, que por ella en la existencia lucho; que soy feliz cuando su voz escucho; esa vieja es la hermosa madre mía».

Digo yo.

Por Lizardo Figueroa

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