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El Bazar de los Idiotas por la 11 en Sogamoso

Basta con darse una pasada por la carrera 11 de Sogamoso, entre calles 15 y 12, para saber que la novela de Gustavo Álvarez Gardeazabal, bien pudo sumar por estos días, varias de sus notas desde el mismo año en que la escribió.

Desafortunadamente transitar por este espacio céntrico de la Ciudad del Sol y del Acero, está lejos hoy de ser atractivo o interesante para la mayoría de transeúntes que deciden circular por la tradicional vía histórica de la ciudad.

El bazar que se adueñó de la calle y aceras, de frentes de comercios, de espacios públicos y hasta les robó la paz del silencio para convertirlos en un enredo de olores, escandalosos sonidos que se mezclan unos y otros sin dejar escuchar de ninguno nada, más allá del estrambótico pesado ruido de emisoras, propagandas, llamados promocionales y la bulla de los paseantes y dueños de los puestos que revientan sus voces en las calles, o de los paseantes que tienen que gritar para poder medio atenderse, se tiró la carrera 11 de Sogamoso. Sí, se la tiró, porque una cosa es la temporada Navideña que tradicionalmente mueve grandes olas de comercio y de turistas, y una muy distinta es haberla entregado en esta Administración de la ciudad en cabeza de su alcalde, si es que le podemos llamar cabeza, Rigoberto Alfonso, al desorden, la invasión y al descontrol absoluto.

Como dijimos ya, aunque Navidad trae alegrías y más gentes que circulan, este espacio de Sogamoso se lo apoderaron los vendedores informales, esos que no pagan impuestos generalmente, esos que no pagan el arriendo de un local y en el mejor de los casos, se pegan de una red de energía sin tener que cancelar un solo centavo. Se lo apoderaron con la venia del alcalde y las autoridades que les toca contemplar el desorden bárbaro, porque su máxima autoridad piensa más en qué contratar y que sacar de su paso por la alcaldía en estos últimos días de su mandato, que en beneficiar al pueblo que alguna vez lo eligió.

Hoy el despiporre por la 11 es tenaz, como diría un sardino, es tenaz para comerciantes que desde sus locales, esos legales que pagan cuanto impuesto hay, solo aciertan a taparse los oídos ante el barajuste de sonidos revueltos y ante la presencia en sus aceras del frente, de los mismos productos que ellos venden a menores precios, sin control alguno de calidad y garantía y menos, que el propio ciudadano pueda ver la legalidad de lo que ellos mimos adquieren, Esos comerciantes se ven muy afectados en sus compras, muy afectados en su moral y muy afectados en el impulso y la confianza en el Estado que debería representar el alcalde Rigoberto Alfonso, pues los ha dejado a merced de un mercado sin controles y a una competencia sin límites que rebasan lo sano y dañan las inversiones que cada comerciante legal ha tenido que realizar, para luego verse frustrados, amilanados y hasta arrinconados, todo por que la falta de autoridad y responsabilidad de este alcalde, ha decidido torpemente, intentar disfrazar oportunidad de mercado y empleo para los informales, con el despiporre de un bazar, en el que pierden los idiotas legales, con el perdón de todos los que si creyeron en la ley y en esta administración, y que les garantizaría por lo menos, acudir a lo legal y a la sana competencia, pero que encontraron que ya no les importa, y que sus pensamientos de alcalde, ya lo están poniendo hace rato, lejos de la ciudad del sol pero con un despelote de ciudad que nos deja.

La forma en que los informales se apoderaron de las vías y las aceras de la carrera 11 en Sogamoso, entorpeciendo el paso de los peatones que tienen que saltar hacia las calles porque busos, pantalones, camisas, corbatas, medias, manzanas, bolígrafos, arepas, comidas rápidas, animales de peluche, miles de zapatos y cuanto cosa se le ocurra, son hoy los reyes de este bazar de los idiotas, esos idiotas en que convirtieron a los ciudadanos decentes y honestos, mientras el alcalde viaja a recibir premio por ser uno de “los mejores alcaldes de Colombia.

El chiste se cuenta solo mientras los olores a fritanga, arepas, pinchos, jugos y los estridentes sonidos y el desorden, parecen ser la herencia de un mandato que llenó de orgullo al que se llamó un día profe.

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