Opinionpor: Rafael Mejía A.

La mera envidia

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La mera envidia

Dicen Les Luthiers que errar es humano pero echarle la culpa a otro es más humano, o como diría el príncipe consorte de la senadora más simpática y empática que tenemos: La culpa fue de la vaca. Y según profundas investigaciones es todavía más humano tenerle envidia al otro. Y a eso súmele si el otro es pobre, sígale sumando si es de izquierda y acabe de sumar si es negro o indígena y complétela si es mujer. Ahí el reguero de bilis y de babas es de inundación.

Pues cómo les parece el enorme alboroto, con arrancada de cabello en agonía, que causó en las redes sociales y en algunos noticieros de rodillera el noticionón de que Francia Márquez había llegado a su nueva mansión de más de 5.000 millones de pesos haciendo bulla en un helicóptero. Más que la hipotética noticia de que la vice hubiera usado plata del estado para comprar un lujo de 5.000 millones o que ahora se le pela el cuatro letras por viajar en carretera, lo que sale a relucir es la envidia. La vicepresidenta explicó muy bien que la casa no es de ella, es alquilada, que el helicóptero es una exigencia de la Presidencia y del Ejército de Colombia por razones de seguridad (ya lleva un atentado y otro que casi) y que el helicóptero no puede aterrizar en la cancha de microfútbol de un conjunto cerrado, y aún así algunas periodistas de Caracol y Semana (para variar) seguía jodiendo con el cuentico de “vivir sabroso”.

El clasismo, racismo, arribismo y la vergonzosa ignorancia de la “oposición inteligente” se manifestó aquí en todo su esplendor, lo cual me hace pensar -si un psicólogo tiene la caridad de asesorarme- que no han asimilado el golpe: genuinamente se creen designados por Dios para que tengamos que agradecerles por gobernarnos. 

Antes de la elección de Petro como presidente de los colombianos, los medios de comunicación se entretenían preguntándoles estupideces a los demás candidatos mientras con él se ensañaban y le hacían interrogatorios como si estuviera aplicando para una beca en la NASA. El descaro los hacía cuestionarlo hasta por usar zapatos Ferragamo. En redes la situación no era la mejor: posteaban furtivas fotos cenando en restaurantes, o en un centro comercial –sin hacerle daño a nadie– con una bolsa de algún artículo de marca o viajando en avión. La envidia -otra vez la envidia- no los dejaba pensar que para ser de izquierda no es necesario andar en alpargatas, en un burro y comer calentillo debajo de un puente. Paupérrimo nivel de debate.  

Como se puede observar, así por encimita, este pecado capital de la envidia ha hecho que los opositores de derecha, y los de izquierda, no duden en criticarle al gobierno del cambio hasta que el bluyín con corbata, según sus altezas, no combina y “los protocolos importan así la izquierda piense lo contrario” como lo afirma una abogada ‘de bien’ que se hace llamar en Twitter @PamelaForeroB. 

 

A manera de colofón dos frasecitas del maestro Francisco de Quevedo: “Virtud envidiada es dos veces virtud” y “La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come”. Como quien dice, la mera envidia.

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