OpinionPor: Jorge Armando Rodríguez Avella

Mujeres de Sogamoso bajo la ocupación  (Relato)

Mujeres de Sogamoso bajo la ocupación (Relato)

Si quieres que te hable de las mujeres de Sogamoso, prepárate porque el cuento es muy interesante. Pero, tranquila, lo haré en el menor tiempo y no te cansarás. Las mujeres siempre han estado ahí, participando, en el centro de las batallas que todos los sogamoseños, hombres y mujeres, han dado y de las maneras más diversas.

La época del terror empezó en 1817 cuando las tropas españolas nos invadieron y se acantonaron aquí. Fueron muchas las mujeres que sufrieron o arriesgaron sus vidas por ayudar a las tropas libertadoras, también inmensos los sufrimientos que el pueblo tuvo que aguantar por la ocupación de los chapetones.

A las mujeres, me contaba mi mamá, las obligaban a cocinarle a la tropa pero, además, debían conseguir los alimentos, ¡cuánto trabajo les dio a todos tener que darles de tragar a estos españoletes! Los hombres debían ir a otros pueblos a sembrar y cosechar. Como los chapetones tragaban como sabañones, no había cultivo de habas, maíz, frijoles o cubios que alcanzara. La papa también, durante ese tiempo, estuvo escasa porque a todos los tres mil y pico que estaban aquí, les dio por comer turmas al mismo tiempo y entonces lo sembrado se agotó. Era una desolación lamentable, todo escaseaba o no existía en las pocas tiendas del pueblo. Quienes por alguna razón venían a Sogamoso decían que la gente mostraba en sus rostros el cansancio y amargura de tanto asedio e injurias y todos ansiaban la paz quebrada por el acantonamiento de las tropas extranjeras.

Esos eran atrevidos: en la noche, cuando estaban de guardia y les daba por merendar, no dudaban en golpear a la puerta de cualquier casa, para exigir comida. Aunque tenían muchas cocineras, que obligaban a prepararles grandes cantidades de raciones, si a cualquiera se le antojaba comer o beber, pues pedía en la casa que fuera. Y en todas las casas tenía que haber chicha, pan o leche… ¡Ay de no!

De los pueblos vecinos traían mucho pan, cada alcalde tenía una cuota de trigo o cebada, papas o maíz; a veces les daban algunos reales; pero la gente tenía que comprar la leña y el amasijo. A los dueños de las vacas les exigían chorotadas de leche, a quienes no cumplían se les castigaba con multas. Entonces, los vecinos tenían que buscársela como fuera, pero debían conseguirla porque sí. ¡Ay de quien se resistiera! Pues le doblaban la multa y encima de eso, le daban baquetazos sobre la piel desnuda.

En alguna ocasión el alcalde de Paipa mandó para Sogamoso cuatro cargas de galletas recomendadas con don Ramón Prieto, un comerciante muy importante que venía acompañado de dos peones. Al entregar las galletas hizo falta una carga y aunque don Ramón ofreció pagar por la que faltaba tuvo que aguantarse, junto con sus ayudantes, que el oficial los hiciera desnudar en la plaza para pegarles de a 25 baquetazos, delante de todo el mundo.

Fueron épocas de terror. Y eso que no te cuento todo lo abusivos que eran esos chapetones con la mujer que, de pronto, se atreviera a salir después de oscurecer. No respetaban si era joven, señorita o señora, se le abalanzaban y mejor que ni se defendiera porque amanecía con el rostro hecho una desgracia y su cuerpo como de mártir.

Todos sabían que el general Bolívar y sus tropas se aprestaban a dirigirse a Sogamoso, ellos venían de los llanos de Venezuela y que desde Casanare se les estaban juntando muchos de por aquí.

Mi madre contaba que la gente de Sogamoso se emocionaba especulando en las noches, sobre lo que pasaría cuando llegara Bolívar y sacara a perder al Barreiro y sus huestes. Unos cuantos decidieron partir a Casanare para unirse a sus tropas, entre ellos don Romualdo Eslava, esposo de doña Estefanía Neira, su hermano Antonio y unos amigos más.

Doña Estefa y don Romualdo vivían en una casa grande subiendo por la calle de Mochacá, hacia el camino que va al santuario de la Virgen de Morcá. Don Romualdo era un señor muy conocido, elegante y apreciado; comerciaba con ganado y caballos. Doña Estefanía también era muy buena persona, sus papás fueron señores que comerciaban con lanas y ovejas. En la casa tenían varios telares para fabricar ruanas y cobijas.

Doña Estefanía Neira se puso a la tarea de organizar a un grupo de mujeres para coser ropa para los patriotas. La preparación del viaje comenzó a finales de octubre del año 17, cada una de las mujeres se turnaba, en una habitación que quedaba en el patio de atrás de la casa, para coser y coser. Desbarataban cuanta ropa útil y vieja recogieran por ahí y hacían camisas, pantalones y chaquetas. De su lado, el señor empezó, con mucha prudencia, a regar el cuento de que estaba escogiendo unos caballos para venderlos en el Socorro, porque allá los precios estaban buenos. Y como Sogamoso siempre ha criado y comerciado con caballos la cosa no se notó, pasó desapercibida.    

Aprovechando las festividades de fin de año, don Romualdo y sus compañeros salieron el 2 de enero, muy de madrugada, con una recua de bestias, con el supuesto de dirigirse hacia las tierras del Socorro. Doña Estefanía los acompañó un buen tramo, hasta el mediodía y regresó.

Lo que se supo, después de los hechos, fue que unos días antes, una señora fue de visita a la casa de los Eslava a saludar y doña Estefanía le mostró la casa. La dama no era de Sogamoso, sino que estaba de paso, por su acento raro parecía como si fuera española o de otras tierras. En todo caso esta doña, creo que se llamaba Esther, estaba ennoviada con un teniente español y seguramente le contó al chapetón lo que había visto en su visita: mucha ropa y, lo peor, alguna chaqueta de uniforme. Esto despertó la curiosidad del teniente y lo alertó. Hubo un gran revuelo en el pueblo porque los españoles se pusieron nerviosos, furiosos, más agresivos y comenzaron a requisar las casas y, como de costumbre, a atropellar y humillar a quien se cruzara por sus caminos.

A doña Estefanía la metieron a la cárcel en la Casa del Corregidor, en la plaza, acusada de conspiradora y de traidora.

Durante ese par de semanas no se oyeron otros cometarios que sobre la detención de doña Estefa. Se supo que le pegaban y no le daban de comer sino pan y agua. Fueron días de angustia para todos, porque lo que se conocía era lo que contaban los carceleros en sus borracheras. No la dejaban visitar ni mucho menos entrarle alimentos.

Varios señores importantes de Sogamoso, incluyendo el cura, acudieron a donde el coronel Barreiro a pedir clemencia por doña Estefanía para que la dejara en libertad, todos presagiaban que sucedería lo peor. Varias señoras, como mi mamá, permanecían muy pendientes en la plaza, desde el amanecer, para saber lo que sucedía.

Todavía oscuro, en la madrugada del 18 de enero de 1818, con un frío penetrante, hubo un revuelo en la entrada de la Casa del Corregidor, era porque unos veinte uniformados sacaban a doña Estefanía vendada, ligera de ropas, con las manos atrás y atadas. Caminó muy erguida, la condujeron hacia un poste que habían clavado a un lado de la plaza, la amarraron y los muy canallas la fusilaron.

El fusilamiento de doña Estefanía, en vez de amedrentar a las mujeres y a la población, lo que produjo fue una mayor aversión y rabia contra los españoles. Con esa ira, la gente se reunía con mayor sigilo y se preparaba para que, cuando se ofreciera, los hombres estuvieran listos para cualquier eventualidad. Pero… la guerra es la guerra y ese mismo año de 1818 se arreció la pelea con más muertos y fusilamientos.

Otra mujer valiente y que prestaba servicios a las tropas libertadoras fue doña Teresa Izquierdo, tenía telares y cosía vestidos. Ella también comenzó a recoger ropa de todos los pueblos cercanos y con sus ayudantas fabricaron ropa para los patriotas.      

Decía mi mamá que las mujeres también servían de correo entre la gente de acá, que sabía de los movimientos de la tropa y los correos del general. Ellas llevaban las informaciones a los estafetas sobre cómo se estaba moviendo la tropa de los españoles por todos estos pueblos.

A veces los españoles se ponían más nerviosos que de costumbre, decían que era porque no tenían noticias de Bolívar, esto les provocaba iras y el ambiente se ponía como aceite de caldero al fuego. Las agresiones y atropellos de los chapetones se volvieron lo normal, esos veían como enemigos a ancianos, mujeres y hasta de los niños desconfiaban; su nerviosismo era general y sus reacciones violentas fueron más bestiales.

Tal vez, volviendo a lo de doña Teresita Izquierdo, a ella la descubrieron porque hubo muchos allanamientos de casas y requisas o un descuido de su parte. Pero, además, Teresa les hacía mala cara por los insultos de los soldados y les exigía respeto. Entonces la tenían entre ojos, le decían la india Teresa porque ella, a algunos, les respondía con furia cuando la irrespetaban. Ella era una mujer joven, muy bonita y altiva, de cabellos negros y largos, tenía pretendientes, pero le interesaba más la causa de los patriotas que andar de amoríos. O por lo menos eso es lo que le decía a mi mamá, porque fueron muy amigas. Teresa le contaba que, para llamar la atención de los oficiales, se hacía la interesada, les picaba el diente y les sacaba información porque los estúpidos creían que era ella una mujer fácil.

Una tarde la apresaron sin más, se la llevaron para la cárcel de la plaza y empezó su sufrimiento. Nadie sabe cuántas más bestialidades le hicieron, los carceleros contaron, después, que ella había sufrido mucho, pero en su momento no se atrevieron a hablar. Sus familiares, su papá y su mamá y un hermanito menor, se habían ido a vivir a Tópaga unas semanas antes de que la arrestaran, para servirle el ejército patriota, todos estaban comprometidos y trabajaban duro. A Teresa la detuvieron un domingo y doce días después, en la madrugada del viernes 24 de julio, la fusilaron, en el mismo año de doña Estefanía.

Como has podido ver las mujeres siempre han brillado en Sogamoso, los destellos del sol les ha iluminado sus vidas para bien de la ciudad y de todos. 

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