Opinion

LA TRAGEDIA DEL DIOS DÓLAR

Por Lizardo Figueroa

Sin la sabiduría que dan las ciencias económicas y sin ser ningún gurú de las finanzas de la banca mundial, solo siendo un simple anónimo cuyo más importante papel ha sido el de ir con el costalito a la plaza a mercar «lo del alpiste» o «bitute» que llamamos y que no da espera, he de decir que ojeando y hojeando tal cual libraco de los que duermen en los anaqueles de mi biblioteca, tratando de desasnarme, hago unas preguntas necias que desde hace unos meses se me ocurren:

¿A qué se debe tanta arrogancia, soberbia, petulancia, arribismo y café con leche (más leche que café) del actual gobierno gringo?

¿Por qué un señor se da el lujo, desde su abullonada silla del Despacho Oval, de determinar lo que deben hacer los demás gobiernos, desde las naciones más pequeñas del planeta hasta las poderosas del universo, con la consecuente afectación en la vida de millones y millones de seres humanos?

¿Cada vez que el Míster, en los recurrentes y frecuentes arranques temperamentales ordena lo divino y humano, casi todos, desde los más encumbrados hasta este humilde parroquiano hemos de obedecer, refunfuñar y no chistar?

¿Cómo es que vemos y sabemos de tantos atropellos, persecuciones, destierros y humillaciones a muchos de los nuestros, que no hacen daño y solo trabajan duro y honestamente en las tierras del Tío Sam y nada pasa?

¿Por qué carajos ocurre esto?

Y con la arcaica costumbre de preferir leer en textos escritos con olor a tinta, encuentro en un viejo libro polvoriento de historia que, dadas ciertas circunstancias históricas, el valor del brillante metal precioso llamado oro y su acumulación en determinadas arcas estatales del coloso, es el responsable de mis histerias a la hora de pagar a los «marchantes» de la «galería», como también llamamos a los proveedores del alimento.

Creí entender que el asunto se resume en que, como consecuencia del atesoramiento de grandes cantidades de gold en la nación gringa, que se traduce en sus equivalencias en dólares, lo que a su vez fortaleció la banca prestamista gringa a los países subdesarrollados, con lo cual ha sometido, condicionado y humillado a tantos pueblos.

Pero habiendo males que duran 100 años y pueblos que lo resisten, asistimos hoy a la benevolencia de algún dios, de los extraterrestres tal vez, de alguien no sé quién sea, determinó que ese paradigma perverso debía agotarse ya, e iluminó a las inteligencias del continente asiático para que crearan otro en su lugar; probablemente no menos imperial, por supuesto, pero no tan radical, inhumano e injusto; ahora el yan chino, el yen japonés, el won surcoreano, el dólar singapurense, etc. son las monedas que entraron en el baile de las grandes ligas de la banca multilateral y su peso se ve en las inmensas mega obras de infraestructura del orbe, sin mayores condicionamientos y a menores intereses en una estrategia política que vaya si les está dando réditos; muchísima infraestructura de desarrollo en los cinco continentes tiene el sello «made in China», que indica garantía de alta tecnología, ingeniería innovadora, calidad y cumplimiento.

Un vistazo del colombiano de a pie a las obras que se adelantan de lo que será el Metro Bogotá, es para quedarse boquiabierto. Tal como lo expresé  en un artículo anterior, todo indica que esta maravilla, un poco menor sí que el metro del DF mexicano, los de Buenos Aires, Caracas, Quito o el mismo Panamá, avanzando a zancadas inteligentes y bien hechas, será entregado ¡antes del plazo acordado!

Otros horizontes para la humanidad «agobiada y doliente» con las nuevas potencias, cuyas naciones brillan en este Siglo XXI, en el cénit de la civilización.

Mientras que el otrora único todopoderoso, lenta pero sostenidamente, sigue como el viejo tango… Cuesta abajo.

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