LAS PELIGROSAS TRAMPAS DE LA CALLE
Algunos «nos vemos a gatas» para esquivarlas, porque además hay muchas en las ciudades.
La decisión de un Juez de la República ordenando levantar las talanqueras instaladas en una vía, frente a las viviendas en un sector residencial, que impedían a los dueños ingresar sus vehículos a los parqueaderos marca un hito en la garantía de los derechos ciudadanos a bien utilizar los espacios públicos.
En realidad, fue un logro largamente esperado por un importante número de vecinos del barrio Los Alisos de Sogamoso, con los buenos oficios y diligencia de un excelente abogado.
La ciudadanía parece acostumbrada y resignada a padecer la negligencia o el atropello de ciertas autoridades, funcionarios, contratistas e interventores a quienes pareciera faltarles el más mínimo sentido común.
Este caso, como muchos otros, ilustra el descuido de algunos ordenadores del gasto frente a sus responsabilidades, no solo de que se hagan las obras, sino que queden bien hechas y terminadas.
En aras de la objetividad es de reconocer que alguno que otro contrato de obra pública queda legal y completamente liquidado a plena satisfacción y en los tiempos acordados.
Pero suele ocurrir que en muchos casos las obras se adelantan sin lineamientos técnicos de rigor, quedan a medias o inconclusas engrosando el numeroso e infame inventario de «elefantes blancos» a lo largo y ancho del territorio nacional.
Al cuento unos ejemplos cercanos y reveladores: una mirada a los andenes y calles de nuestras ciudades, confirma las chambonadas en proyectos urbanísticos de infraestructura, mantenimiento u ornato, que a los constructores y contratantes pareciera importarles poco la seguridad y la estética urbana; es considerable el número de accidentes a los que estamos expuestos los urbícolas que usamos las calles.
Situémonos en cualquier esquina para observar cómo cada propietario ha construido el andén de su frente residencial como a bien le pareció en cuanto a altura, desniveles o baldosa; eso sí y en todo caso asegurándose que sea muy diferente al de los vecinos. Esta anarquía saca de circulación a un importante número de peatones, particularmente de población vulnerable como los niños, ancianos, embarazadas, personas con discapacidades y otras limitaciones; estos estorbos han causado accidentados con secuelas físicas de por vida e incluso lamentables fatalidades.
Las autoridades, derrotadas por nuestra pésima educación como peatones o conductores, resolvieron atacar el descomunal desorden con ingeniosas medidas, como atiborrar las calles con resaltes, taches, tubos plásticos y otras vallas que se convierten en retos mayúsculos de maniobra, como costosas erogaciones para reparaciones mecánicas.
Una perla para enmarcar: frente al Cementerio de la Ciudad del Sol y por toda la calle décima, años atrás, instalaron el mayor adefesio vial que anarquía alguna pudo concebir y que bien pudiera ser parte del anecdotario de Robert Ripley (aunque usted no lo crea) ocurriendo que literalmente los difuntos y su cortejo fúnebre se ven en «calzas prietas» para ingresar a la última morada, por la exagerada cantidad de taches sembrados en la angosta calzada y el atasco inverosímil de personas y vehículos.
Los agentes de tránsito, como de costumbre, brillan por su ausencia en estos eventos de congestión.
¿Tendría acaso que esperarse un nuevo, largo y engorroso pleito para lograr tal vez en el Siglo XXII, que otro juez determine que los difuntos descendientes de Suamox tienen pleno, merecido y expedito derecho a ingresar al Campo Santo, lugar de su definitiva residencia?
Bien dicen que el sentido común es el menos común de los sentidos.
Colofón: los cráteres del pavimento de algunas calles por falta de mantenimiento merecen capítulo aparte; por ahora, definitivamente una de las vías cuyo descuido es patético, por ser de obligado tránsito hacia la Terminal de Transporte y la Plaza de Mercado es la Avenida San Martín en el tramo entre las calles 11 A y 13; los atoros vehiculares son apenas soportables. ¿Qué tal?
Por Lizardo Figueroa