Opinion

SOLO PARA ADULTOS

Por Lizardo Figueroa

Estamos en septiembre, mes alusivo al amor y la amistad. Cada quien tiene su apreciación de lo que significan estos términos tan humanos, según su axiología particular, sus experiencias, encantos y desencantos.

Durante los 30 días del calendario noveno del año, habrá muchas expresiones y detalles de los enamorados y amigos. Sin embargo, para quienes hemos recorrido esos avatares del corazón, años ha, hemos de decir que, si bien los significados de esos sentimientos permanecen, las formas cambian según las épocas.

Y uno se pregunta, en la práctica, cómo hoy los jóvenes se enamoran y las formas de conquistar, en la era de la cibernética, las comunicaciones virtuales y la Inteligencia Artificial. Pero también los muchachos indagan con curiosidad sobre lo mismo: ¿Cómo se enamoraron sus papás y abuelos en sus años de primavera?

Entonces los mayores tendremos para informarles que papá y mamá, atizados por cupido con miradas recíprocas de fuego, estilo coqueto a lo Heredero de hoy, el ingenio y el valor daban para los tímidos y azarosos acercamientos, primeras citas furtivas, declaratorias de amor con discurso aprendido, aceptación y en breve, la presentación formal en casa de los padres de la novia, tarea de por sí arriesgada y valiente, dada la incertidumbre sobre el consentimiento o no, particularmente de la exigente y desconfiada «suegra».

Superado semejante desafío, solo comparable con ir a la guerra y regresar vivo, venían las invitaciones a cine o función matinal o vespertina (nunca nocturna y siempre acompañados con el hermanito menor) a las «empanadas bailables» en las tardes, con equipo de sonido de aguja, tornamesa y discos de acetato; los paseos al río, ellas con chingues de colores y ellos de pantaloneta hasta las rodillas; «piquete» de avío sabroso, las onces de las tres con melcochas, algún fermento bien agrio para los hombres y limonada, ajenjo, anís o hinojo para las damas.

Las cartas, telegramas o marconis no faltaban cuando alguno se iba a lejanas tierras; los acrósticos, los poemas, las flores y por supuesto las dedicatorias de las canciones románticas de los ídolos de la época. Entonces era imperioso llegar a su ventana llevándoles serenata a las prometidas, con canciones que las derritieran de ternura (aunque el papá se enojara) y nunca después de las 11:00 p.m.

Los noviazgos eran prolongados, para conocerse mutuamente las virtudes, defectos, mañas y resabios, haberes de los taitas, en fin, reservándose la incertidumbre de si alguno roncaba, porque en esos tiempos del paleolítico colombiano, las señoritas dignas, en lo posible, no permitían a sus prometidos el gustico de «comerse las onces antes del recreo».

Y ya entrando en definiciones, se convenía matrimonio, en todo caso con la venia de los mayores, la bendición del cura y los tortolitos pa’ Chiquinquirá, Girardot o San Gil y de regreso, aterricen mis queridos y… «el que se casa, con el costal a la plaza».

Así eran las cosas de la amistad primero y del amor después, mis queridos mozuelos de las Generaciones X, Y y Z, como los llaman ahora.

¡Feliz Mes del Amor y la Amistad!

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