Opinion

ME HAN ROBADO IMPUNEMENTE

Por Lizardo Figueroa

A usted, a sus parientes, amigos y conocidos también y desde hace mucho tiempo. ¿Acaso no lo saben? El tumbe ha sido multimillonario, permanente, descarado y de muchas maneras, según el ingenio creativo de los corbatudos delincuentes criollos.

El billete robado es mío y suyo, el que su señoría se ha ganado trabajando duro y honestamente desde el surco y la labranza o desde la poltrona de su gerencia;  el mismo que todos los días entrega cuando compra desde una chocolatina, el mercado, su casa, su vehículo, los insumos de su negocio o empresa, su tiquete de viaje en flota o en avión, la consignación en la DIAN, los impuestos en la tesorería, el pago de los servicios públicos, incluida la TV digital, la internet y el celular, sus aportes a las EPS, su ropa, la comida de su mascota, la cerveza y el trago que se resbala, el almuerzo en el restaurante, el helado que saborea, los cordones de sus zapatos, las media media, las tobilleras, retenciones y pagos por importaciones o exportaciones y hasta sus calzoncillos; absolutamente todo, todo lo que usted y yo compramos o consignamos por algún servicio en oficinas públicas o privadas, lleva implícito el recargo impositivo (IVA) que las entidades recogen por la derecha y giran luego a las tesorerías municipales, departamentales y nacionales, dineros que suman miles y miles de millones de pesos que conforman el denominado Erario con el que funciona el Estado, administrado por la burocracia y los políticos que se hacen elegir a las distintas corporaciones, quienes a su vez disponen de semejante cantidad de nuestra plata, a su libre albedrío, intereses o conveniencias electorales, de partidos, clases sociales de élite o de familias; es una inmensa y apetecida torta presupuestal cuyo monto se utiliza para algunas obras y programas de beneficio común, pero que según los organismos de control, que a veces controlan, un porcentaje considerable, léase miles de millones, se enreda en las uñas afiladas de unos avezados ladrones expertos en embolsicarse para su exclusivo provecho, su plata, la mía, la de sus papás, sus tíos, su cónyuge, sus compadres y por supuesto, la platica de nuestros hijos.

Así las cosas, con el mayor aprecio, le pregunto, apreciado lector: ¿no le indigna, no le duele, le es indiferente, le vale huevo, cree que está bien, saber que su dinero, poco o mucho, ganado con su esfuerzo, su trabajo, su tiempo y sacrificio vaya a parar a las abultadas cuentas bancarias personales de tanto ratero de cuello blanco, en todos los niveles de la administración pública, desde el remoto municipio de Culirraspao, pasando por pueblos, ciudades, capitales hasta las encumbradas y lujosas oficinas oficiales de la capital de la república?

Lo invito, al menos a enojarse porque algunos avivatos sin hígados, impunemente y a sus anchas, nos han venido robando nuestro dinero.

La bellaquería y el cinismo de tanto politicastro desvergonzado, que ve en el tesoro de los presupuestos su oportunidad de enriquecimiento, casi está liquidando la supervivencia de una nación de 52 millones de almas, la mayoría irredenta, pobre, ignorada y olvidada, que se resiste a sucumbir por inanición; la misma franja que, por cruel paradoja, cada cuatro años hace rigurosa y puntual fila en las urnas.

En lo que a mí respecta, tengo muy claro que, sabiendo de las precandidaturas a Presidencia que aún a destiempo ya se han autoproclamado, haciendo bulla por todas partes, hablando paja y despotricando de los demás, creyéndose los «salvadores» de la misma patria que han desbaratado, no seré parte de la escalera para ningún trepador de familias centenarias; lo propio haré con los postulados para las elecciones regionales que, con contadas y honrosas excepciones por descubrir, se lancen a cualquier corporación o cargo burocrático, incluyendo al municipio de Culirraspao, gobernación de Morropelao o país de Macondo.

Votaré, aunque poco incidirá mi voto de ciudadano anónimo y de a pie, pero que sumado al suyo, al de su tía, al de su compadre, al de sus amigos y ojalá -soñar no cuesta nada- a los de unos 25 millones de compatriotas dignos, tal vez pongamos talanqueras a tanto sinvergüenza que desde su gula y delinquiendo, viene dándose la «Dolce Vita» (de Federico Fellini) con mis escasos y tristes billetes de $2000.

Digo yo, pues.

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