En medio de los Medios

No corregir a los hijos, es no quererlos. Disciplinar, también es amar.

No corregir a nuestros hijos cuando cometen faltas, es como no quererlos, porque disciplinar, es otra forma de amar.

Los padres siempre nos enfrentamos al interrogante sobre cómo educar. ¿Estaremos haciendo lo correcto?

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No sabemos si estamos siendo demasiado severos, o demasiado permisivos y a menudo, buscamos consejos.


Muchas veces caemos en el error de creer que demostrar autoridad, implica ser autoritarios.

Nada de eso. Demostrar que somos la autoridad en una familia, redunda en un beneficio para los niños, porque esa actitud les brinda seguridad y confianza.

Tengamos presente que si hay algo que necesitan nuestros hijos es amor y disciplina.

Claro que alguna vez cometeremos algún que otro error, porque no hay escuelas para padres y nadie nace sabiendo.

Pero sí existe algo que no falla: si amamos, seguramente educaremos de manera justa y equitativa. El amor es una excelente guía.

Disciplinar con amor.

También están quienes se convencieron que amar es dar libertad… y sí, es cierto; pero eso aplica a una relación de pareja.

Los hijos no son nuestros amigos y la libertad está condicionada a su seguridad y conveniencia.

Un niño necesita sentirse amado. No alcanza con que lo demostremos y hasta incluso, lo digamos.

Imponer disciplina, es también una forma de demostrarles que nos preocupamos por ellos y que los cuidamos. Es decir, que los queremos.

Incluso lo dicen los terapeutas. La disciplina prepara a nuestros hijos para poder interactuar con otros en el futuro.

Ayuda a que se desarrollen de forma sana y que puedan evolucionar en sociedad.

Por otra parte, están quienes apelan a la violencia. El maltrato o las palizas, dejan malos recuerdos y le demuestran al niño que sus padres no pueden convencer con la palabra.

Cuando ya entran en la adolescencia, disciplinar es fundamental. Esto les permitirá reforzar su autoestima, respetar a quienes los rodean y resolver conflictos.

Y lo más importante, disciplinar implica poder ver la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal y así, saber cuándo un comportamiento es adecuado y cuándo no lo es.

Un niño indisciplinado, es un adulto frustrado. Después de acostumbrarse durante años a salirse con la suya o a no respetar, los niños indisciplinados llegan a la edad adulta y se encuentran con que el resto de la sociedad no está dispuesta a tolerarlos.

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Esto genera en estas personas sentimientos de frustración que pueden desembocar en comportamientos violentos o agresivos.

Corregir y disciplinar de manera eficaz.

Respetar los valores del niño, estableciendo reglas familiares claras que todos deben cumplir.

Para que un niño respete las reglas, debe haber diálogo, tolerancia y comunicación.

La relación regla-castigo, debe respetarse. Si se establece una norma y no cumplirla implica un castigo, el castigo debe llegar.No dejes que tu hijo crea que tus reglas y tu palabra no tienen valor.

Apelemos a la disciplina positiva. Un padre que deja claro que él es la autoridad y explica de manera suave y paciente, es mejor que imponerse mediante gritos y amenazas.

Los “padres-amigos”, no existen. Nunca un amigo puede ejercer autoridad sobre otro. Es necesario que el niño y el adulto entiendan esto.

Mantener una buena relación con nuestros hijos en donde haya risas y diversión, es excelente, pero el niño debe tener claro que debe prevalecer el respeto.

Conclusión.

Se trata de hacer entender a nuestros hijos que cada acción conlleva una consecuencia. Ya sea hacer algo bueno o hacer algo malo.

No podemos sentirnos culpables como padres por querer explicar de buena manera y con buenos modos, que el respeto y la buena conducta son esenciales.

Con los años, te lo agradecerán.

Fuente:mundo.today

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