Opinion

NO ES FÁCIL SER OPTIMISTA

Inicia un nuevo año laboral, resultando aconsejable una buena dosis de optimismo y esperanza de que mejoren las cosas para bien de nuestra nación.

Al sino trágico de tantos agobios y problemas que la sociedad colombiana debe lidiar en su cotidianidad, sería esperable la alineación de los astros, un hada madrina, un bálsamo especial o algo para sacudir los nubarrones que nos mantienen en la penumbra.

¿Cómo un conglomerado de 52 millones de asociados puede permanecer en un atasco sin fin?

La tozudez de los acontecimientos indican que en ciertas esferas de poder, se insiste y persiste en poner todo tipo de talanqueras a cualquier asomo de avance que nos ubique, aún habiendo avanzado un cuarto de siglo, en el tercer milenio; pareciera que algunos corbatudos con alma de plata porfían en que permanezcan el interés mezquino, el odio, la mentira, el egoísmo, la confrontación estéril, la división, etc. insumos útiles y necesarios en la estrategia perversa de atizar histerias a la hora de votar; pareciera que el hígado y no la razón, fuera lo que anima a muchos en épocas de elecciones.

Desde tiempos sin memoria y hasta hoy, líderes de opinión convirtieron al país en una inmensa caldera, en donde a altas temperaturas se cuecen sus codicias; habrá siempre la ignorancia política que los idolatra; esa misma que emparentada con la necesidad y el hambre han sido aprovechadas con creces para perpetuar el triste espectro del subdesarrollo.

El saqueo infame de los recursos públicos se volvió paisaje y costumbre en nuestra restringida democracia; las tesorerías de los distintos niveles administrativos parecen unas tortas apetecidas a las que se les echa uña sin miramiento alguno; desde la compra de una puntilla hasta el contrato de construcción de una hidroeléctrica conllevan la coima, el «serrucho», el robo descarado ante la inoperancia de los entes de control y las cómplices indiferencia e indolencia de los ciudadanos, quienes nunca entendieron que la plata del Estado es la suya, la que entregan todas las veces que compran el mercado, pagan los servicios, el carro, la casa y su ropa.

En contextos civilizados, la gente tributa mucho, pero está atenta a cómo las administraciones invierten su dinero; de manera que cualquier indicio de deshonestidad en el manejo de las tesorerías oficiales causa indignación, repulsa, escándalo, pronta y severa intervención de las autoridades de control, con lo cual los responsables son castigados ejemplarmente por los jueces y en las urnas.

En nuestro medio tropical, proclive a las marrullas, torcidos y trampas para robarle al Estado, se volvió moda permanente el delito de embolsicarse billones de pesos ajenos.

Conocidos apellidos de marras, generación tras generación, se ataron a la burocracia y a los presupuestos, de los cuales viven y derivan sus fortunas, su holganza y su gula, no siempre honestamente.

Con una impunidad superior al 90% y sin muestra alguna de mejorar, resulta casi imposible ser optimistas de lograr algún día una patria digna, próspera y decente.

Por Lizardo Figueroa

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