Opinion

¡No es hora de callar!

Después de ver el excelente programa en el Museo Nacional dirigido por la periodista Jineth Bedoya, bajo el título que encabeza esta columna y que relata los horrores de las violaciones a que han sido sometidas las mujeres a lo largo y ancho de este país, durante el conflicto armado que ya ni siquiera podemos decir con precisión cuando comenzó, porque no fue con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, porque desde mucho antes se llevaba a cabo el asesinato sistemático de liberales y conservadores por parte de los paramilitares de la época.

Todos esos relatos obligan a una profunda introspección porque el ser humano practica como ningún otro de los mamíferos una práctica muy difundida que aprendemos desde la familia, la reforzamos en escuelas y colegios y la desarrollamos directa o indirectamente  a lo largo de nuestra vida en todos los grupos a los que pertenecemos: el matoneo o bulling para los agringados.

En nuestras casas, sobre todo en las familias numerosas, cuantas veces no hemos hecho víctimas de nuestro matoneo doméstico incluso a nuestros hermanos más débiles. Nos sucede con mucha frecuencia, y en escuelas y colegios la presión de grupo obliga a niños y jóvenes a agredir a otros por razones de raza, sexo, religión y otras características que no encajan en los estereotipos que se nos han impuesto.

Ya en edad adulta se agrede al compañero o compañera por las mismas razones anteriores y el fenómeno se reproduce en fábricas, oficinas, almacenes o dondequiera que haya grupos de personas con características diversas, de manera que la agresión sexual es una forma adicional en que la sociedad presenta su composición, incluso podría asegurarse que el agresor es también víctima de esa sociedad que ha inculcado toda una serie de valores y antivalores aceptados sin discusión porque viene por una orden superior. Volvamos entonces a la idea con que se inició este artículo.

Quienes prestamos servicio militar obligatorio, porque no tuvimos el dinero ni las conexiones para el soborno y adquirir la libreta militar por medios fraudulentos, sabemos el carácter machista y, en mi época 1972-1974, misógino que se practica en las filas. Frases como olvídense de la novia porque mientras usted está aquí, ella está con otro, la frase es mucho más soez o por qué no se pronuncia el número trece, o amenazas directas como si los comandantes no están produciendo resultados es mejor que vayan pidiendo la baja, hacen que el comportamiento grupal sea bastante hostil y convierta a los subordinados en máquinas de agresión latentes.

Desde luego no estoy justificando a nadie que haya cometido agresiones contra mujeres en los campos de guerra, pero sí se debe llamar la atención en el sentido de que un agresor no es simplemente un hombre malo, que llevado por la lujuria decide de pronto someter a vejámenes a una mujer, a quien identifica como aliada con el enemigo. Es una persona sometida por la presión de grupo a comportarse de una manera que no siempre concuerda con los valores éticos ni morales de una sociedad sometida a las brutalidades del poder. Peor aún si se trata de grupos como los denominados paramilitares que se organizaron con personas especialmente violentas para hacer el trabajo sucio que en teoría no podían realizar abiertamente las Fuerzas Militares, aunque hoy ya se sabe con pruebas recaudadas en la JEP que siempre hubo una relación estrecha entre éstas y el paramilitarismo.

En conclusión, estamos en una sociedad o mejor somos producto de una sociedad que ha convertido a parte de ella en unos monstruos que violan, asesinan, maltratan a sus mujeres y luego se ensaña contra ellos y los presenta como surgidos de la nada que vienen a perturbar la paz y las buenas costumbres. Sociedad hipócrita.

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